Jesús, Maestro bueno:
Tu partida entristece a los apóstoles, y me entristece a mí. A veces leo los evangelios y me invade el deseo de haber vivido en tu época, haberte conocido en persona, haber visto con mis propios ojos tus signos, tus palabras, haber conocido como era tu voz y tu mirada; me parecen afortunados los apóstoles que te tuvieron en carne presente, y me indigna que aún así se pongan tristes, ¡si al menos su fe la alimentan los recuerdos!
Pero considero ahora al Defensor, al Argumentador, al Paráclito, qué tú me has enviado y vive conmigo, está en mi ser desde que me pensaste crear, habita en mí desde mi bautismo y cada día me impulsa a salir de mi mismo. Cuántas veces no me sumerjo en mis propias tristezas, sintiendo lastima de mí mismo, deseando vivir consolado y atendido, cuando como Pablo me llamas a cantar himnos y salmos, en medio de cárcel y azotes.
Reaviva en mí, Señor, tu Espíritu, y que este Consolador sea mi fuerza para ir a los que sufren, en lugar de encerrarme en mis propias lágrimas. Dame ese Espíritu para dar fortaleza, consejo, sabiduría y entendimiento a los que sufren porque ni siquiera te conocen.
Dame tu Espíritu y disipa mi tristeza, y como soldado tuyo, que en las pruebas me has hecho fuerte, enlístame en el ejército de los que llevan tu consuelo y paz a los que sufren de verdad, son oprimidos y explotados, sin abogado y Paráclito que los defienda, amén.
Paz y Bien,
Fray Maseo.
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Que el Señor te conceda su paz.