Estigmatizado

De todos tus prodigios, Padre Francisco,
de todos los signos del amor divino en ti,
tus santos estigmas son los más sorprendentes;
los más especiales y los más increíbles.

Resulta difícil creer (por "increíble") una señal tan prodigiosa y gráfica: una canonización en vida, por un martirio sin fin:
¡tus llagas sangraron más tiempo en ti que en Jesús!
Quizá sea un signo, un llamado: de que la Pasión de Jesús, de hecho, nunca ha terminado: Él sigue, aunque vivo y resucitado, eternamente llagado y crucificado.

Toma esas manos, Padre Francisco, Seráfico Padre de los pobres: ponlas sobre mis sienes, que soy pobre también y bendíceme.
Báñame en la sangre del Cordero que brota de ti y purifícame, porque soy hombre de labios impuros, ojos contaminados, mente ingeniosa para el mal y mi corazón está herido de resentimientos en lugar de amor, como el tuyo.

Déjame contemplar la herida oculta de tu costado, déjame llorar aún antes de que me permitas verla. Porque el pobre sigue siendo pobre y miserable, y al leproso, después de ti, lo hemos vuelto a despreciar.

Padre: Jesús aún quiere prolongar en otros la PASIÓN que extendió en ti; empapa mis vestidos en tus llagas sonrojadas y hazme fuente de vida y paz para ti, para mi y para los demás.


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