Te alabo, Padre Bueno, cuando la luz del sol está en su cumbre. Te alabo tal como al amanecer y al ocaso.
Al mediodía y a la medianoche, reconozco que tu bondad habita en cada rincón. Ante tus ojos no hay oscuridad, ves con claridad lo que hay en mi corazón aún mientras trabajo, descanso y duermo.
No era solo en el antiguo pueblo de la alianza, Señor, que te manifestabas como un poderoso defensor en el peligro. Ahora, igual que antes, eres quien confunde a nuestros enemigos y nos das la victoria ante ellos.
Tal como protegías a David y a tus ungidos, nos proteges ahora.
Confundes a los sabios y entendidos, dando la victoria a los humildes.
Nos confundes a nosotros mismos y nuestros planes cuando, sin darnos cuenta, se rebelan contra tu voluntad.
Manifiesta hoy, Señor, tu poder y confunde a mis enemigos; a los del alma y los del cuerpo.
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Que el Señor te conceda su paz.