En la hora de la derrota.

En la hora de la derrota, cuando mis enemigos han vencido, ahí estás tú. No me abandonaste, como pudiera pensar, sino que ahora vendas mis heridas y lloras conmigo.

«¿Por qué me has abandonado?» alcanzó a preguntar tu propio Hijo. ¿Por qué parece que te has ido?, ¿por qué permites mi fracaso, mi pérdida, mi muerte?


Me consuelo con tu misma presencia, aunque no me de las respuestas que quiero. Puedes ser bastante difícil de entender, pero una cosa es cierta: jamás me abandonas.


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