Es el momento de marchar.

Es el momento de emprender el camino nuevamente, tal como hace tiempo.
Es y no es el mismo camino, en un eterno retorno, un ir y venir, o dicho de otro modo: un vaivén de olas que me traen de vuelta a la orilla, en donde te escuché llamarme por primera vez.
Es hermoso cómo en tus labios se confunden las palabras «Ven» y «Ve» como si significaran lo mismo. «Anda» y «descansa» son dos episodios de un mismo movimiento, un inhalar ánimo y exhalar esfuerzo. Todos esos verbos me los dices sin decírmelos a la sola pronunciación de mi nombre. A veces, no se precisan palabras: basta que me dirijas la mirada inquieta del que llama a la acción: «¡vamos!»
Quedarse no ha sido nunca una opción, porque esta casa de mi pasado no es más que un espejismo, una representación pasajera. Y tú vas andando sin detenerte nunca.

¿A dónde va el Camino?
¿Dónde vive mi Hogar?
¿Quién eres, mi Señor?
¡Te seguiré a donde vayas, daré mi vida por ti!

Aún si te pierdo, habrá en algún lugar un compañero que te señale: «helo ahí, es el Cordero... cíñete pronto, es el Señor!»
Señor mío y Dios mío, yo sé que tu sola presencia, aún si que digas nada, es ya una Buena Noticia que conforta mi alma.
Han pasado los años y hoy se siente como la primera vez; vuelve a pronunciar mi nombre y yo me pondré en marcha de inmediato.

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