Mi fe en ti, Señor, comenzó como una semilla. Tú fuiste el sembrador que regó la semilla y contrataste a algunas personas dedicadas como agricultores. Algunos fueron familiares, otros amigos... cada uno en su momento ayudó a abonar esta semilla de la fe en mi corazón. Poco a poco, la semilla fue germinando y creciendo. Mi corazón cambiaba y maduraba también. Pero a veces se resecaba y olvidaba regarla; a veces se llenaba de maleza que, por descuido, no limpiaba. Nada en estos altibajos puso fin a la fecundidad de esa semilla que plantaste en mi corazón. Ese fuego, por decirlo de otro modo, aún de las cenizas puede resurgir. Basta con emprender de nuevo el camino hacia ti para ver nuevamente los frutos. Sin importar si ha pasado mucho o poco tiempo desde que cuidé, podé y aboné esta semilla de fe en ti, Jesús... basta con emprender el camino para volver a percibir buenos frutos. Dame una fe que pueda mover montañas, que al menos por el día de hoy me permita dar un pequeño paso.
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Que el Señor te conceda su paz.