Mírame con misericordia.

Sentado en mi puesto, ocupado en mis negocios, me encontraste aquel día cuando me miraste con misericordia. Acostumbrado a la injusticia y lleno de muchos otros pecados; explotando a otros más necesitados y totalmente insensible a sus desgracias, tú te fijaste en las mías y extendiste tu mano para salvarme, y así salvarlos también a ellos. 

Aquel día en que me llamaste por mi nombre y me levantaste de las aguas de la muerte fue un verdadero bautismo; de aquellas profundidades surgió una nueva persona, toda para ti. Ese mismo día me dispuse a comunicar a otros esta gran noticia. Tal como tú, busqué a otros pecadores para alegrarlos con mi alegría: vienes a salvar a los desahuciados, a las causas perdidas como yo. Nadie está tan perdido que no pueda encontrarte y seguirte.

Jesús, verdadero médico de los corazones endurecidos y destrozados, mírame con misericordia, que con eso basta para que restaures mi vida entera. La alegría inunda mi vida con solo pensar en tu inmensa generosidad. Sé que no me negarás el perdón cuando, por ocuparme otra vez de mis asuntos deje de pensar en mis hermanos y hermanas... cuando deje de servir, me volverás a perdonar y a llamar a tu servicio. 

¡Qué buena es una vida resguardada bajo tu fidelidad! Enséñame, Maestro Bueno, a ser bueno conmigo mismo y con los demás.


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