Aquí estoy, Señor, contemplando tu dulce y serena paciencia, aquel viernes de la pasión y muerte. Contemplo tu mansedumbre al ser conducido por la guardia y tu paciencia al ser interrogado por el rey injusto. Sujetado por hombres que desconocían tu origen divino, eras tú llevado y traído del Pretorio al palacio, una y otra vez. Las falsas acusaciones no prosperaron contra ti, pero el irrefrenable deseo de venganza y envidia se echaba sobre ti y no se vería saciado hasta lograr su cometido: acabar con tu vida.
Pero tú, hombre paciente hasta el extremo, al asumir de este modo el destino trazado por hombres malvados, te hiciste auténtico dueño de tu destino y con ello manifestaste la voluntad del Padre: «nadie me quita la vida, yo la doy voluntariamente. Tengo poder para darla y poder para recobrarla de nuevo» (Jn 10, 18). De esta manera, nos has enseñado el verdadero camino de la caridad: pacientes hasta el extremo, asumiendo la cruz como el dominio de nuestro destino, ordenado por tu voluntad.
Alcánzanos, Jesús paciente, la gracia de la serenidad ante la tribulación. Que ella sea signo de nuestra fe en tu providencia, confianza en tus promesas, amor por imitarte y ejemplo para nuestros hermanos. El amor hasta el extremo nos permite resignificar la vida como una ofrenda de amor. En la tribulación confiaré en ti, Señor, y no temeré, porque Tú has vencido al mundo.
Pero tú, hombre paciente hasta el extremo, al asumir de este modo el destino trazado por hombres malvados, te hiciste auténtico dueño de tu destino y con ello manifestaste la voluntad del Padre: «nadie me quita la vida, yo la doy voluntariamente. Tengo poder para darla y poder para recobrarla de nuevo» (Jn 10, 18). De esta manera, nos has enseñado el verdadero camino de la caridad: pacientes hasta el extremo, asumiendo la cruz como el dominio de nuestro destino, ordenado por tu voluntad.
Alcánzanos, Jesús paciente, la gracia de la serenidad ante la tribulación. Que ella sea signo de nuestra fe en tu providencia, confianza en tus promesas, amor por imitarte y ejemplo para nuestros hermanos. El amor hasta el extremo nos permite resignificar la vida como una ofrenda de amor. En la tribulación confiaré en ti, Señor, y no temeré, porque Tú has vencido al mundo.
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Que el Señor te conceda su paz.