Promotor de la justicia de Dios.

San Gregorio decía que si Dios no tenía reparos en reconocernos como hijos suyos, nosotros no deberíamos tener reparos en reconocer a nuestros hermanos. Más aún, si reconocemos que en Jesús la creación entera y la humanidad dividida se reconcilian con Dios, con mucha más razón debemos ser promotores de esa generosidad y amor de Dios que ha tenido a bien llamarnos hijos suyos, porque lo somos en verdad (cf. 1 Jn 3).

Y si somos hijos, somos herederos. Al ser herederos, somos también administradores de este Reino y militantes de su expansión. Y el modo de hacerlo es el mismo de nuestro Señor, a quien estamos unidos.

Si decimos que somos cristianos, decimos que hemos sido ungidos en la misma misión del Ungido, que es Jesús. Y si la misión de Cristo es anunciar una buena noticia a los pobres, la liberación de los cautivos, dar vista a los ciegos y anunciar un año de gracia del Señor, también nosotros debemos hacer todo esto teniendo como norte la identificación con las motivaciones y gestos de Jesús.

No somos promotores de una justicia vengativa, revanchista, egoísta o interesada; somos promotores de la justicia de un Dios que está profundamente enamorado del ser humano. La justicia de Dios nace de su amor por los seres humanos a quienes llama hijos e hijas suyas. La justicia del cristiano nace de su respuesta al amor de Dios, que lo lleva a amar y reconocer a los seres humanos como hermanas y hermanos suyos.


Comentarios