Es realmente doloroso constatar como el cristiano de este tiempo hace uso de toda clase de excusas para echar por tierra las tradiciones más antiguas de nuestra religión. Si te dices cristiano y católico y por lo tanto hijo de Dios en el seno de la Iglesia que es madre y maestra, debes ser dócil a lo que Él y ella te enseñan como bueno y provechoso para tu salvación.
Te dice el Señor a ti, cristiano e hijo suyo: «Días vendrán en que les será arrebatado el novio; entonces ayunarán». Pues bien, el novio que es Jesús nos ha sido arrebatado y tú te rehusas a ayunar. El Maestro no prohibió el ayuno, sino que le dió un sentido de deseo por la privación del Esposo. Además, enseñó que, al ayunar, los cristianos deben evitar toda tentación de vanagloria y presunción, porque el ayuno no deben verlo los hombres, «sino por tu Padre que está allí, en lo secreto» (Mt 6, 18). El Señor que indica el modo de ayunar y la oportunidad para hacerlo, espera de sus discípulos que lo practiquen correctamente.
Te dice la Iglesia, tu madre, que ayunes en Cuaresma, especialmente el Miércoles de Ceniza y el Viernes Santo, en recuerdo de tu fragilidad humana y de la fragilidad humana que Jesús abrazó para glorificarte con su resurrección. La Iglesia quiere no solo que ayunes, como bien lo puedes hacer en todo tiempo, sino que te unas a tus hermanas y hermanos en ayuno como pueblo. No te salvas tu solo, sino que te salvas en el pueblo de Dios que es la Iglesia y cuerpo del mismo Señor que te salva.
Más aún, el Maestro desea que unas estrechamente tu ayuno a la misericordia y la oración, porque ayuno sin oración es mundanidad y ayuno sin misericordia es injusticia, pues esperas de Dios la caridad que no tienes con tu hermano. Los mundanos ayunan con gusto por dieta y salud corporal al tiempo que critican al cristiano por practicar el ayuno por motivos espirituales; detecta en este engaño al demonio, que detesta el ayuno al punto de empezar sus tentaciones al Señor en el desierto precisamente incitándolo a romper su ayuno. No olvides que el ayuno es querido por Dios, mandado por la Iglesia y exigido por la justicia, que ordena que des a los pobres el pan que le niegas a tu boca y no que les des lo que sobra de tu mesa luego de llenar tu estómago hasta la saciedad.
Te dice el Señor a ti, cristiano e hijo suyo: «Días vendrán en que les será arrebatado el novio; entonces ayunarán». Pues bien, el novio que es Jesús nos ha sido arrebatado y tú te rehusas a ayunar. El Maestro no prohibió el ayuno, sino que le dió un sentido de deseo por la privación del Esposo. Además, enseñó que, al ayunar, los cristianos deben evitar toda tentación de vanagloria y presunción, porque el ayuno no deben verlo los hombres, «sino por tu Padre que está allí, en lo secreto» (Mt 6, 18). El Señor que indica el modo de ayunar y la oportunidad para hacerlo, espera de sus discípulos que lo practiquen correctamente.
Te dice la Iglesia, tu madre, que ayunes en Cuaresma, especialmente el Miércoles de Ceniza y el Viernes Santo, en recuerdo de tu fragilidad humana y de la fragilidad humana que Jesús abrazó para glorificarte con su resurrección. La Iglesia quiere no solo que ayunes, como bien lo puedes hacer en todo tiempo, sino que te unas a tus hermanas y hermanos en ayuno como pueblo. No te salvas tu solo, sino que te salvas en el pueblo de Dios que es la Iglesia y cuerpo del mismo Señor que te salva.
Más aún, el Maestro desea que unas estrechamente tu ayuno a la misericordia y la oración, porque ayuno sin oración es mundanidad y ayuno sin misericordia es injusticia, pues esperas de Dios la caridad que no tienes con tu hermano. Los mundanos ayunan con gusto por dieta y salud corporal al tiempo que critican al cristiano por practicar el ayuno por motivos espirituales; detecta en este engaño al demonio, que detesta el ayuno al punto de empezar sus tentaciones al Señor en el desierto precisamente incitándolo a romper su ayuno. No olvides que el ayuno es querido por Dios, mandado por la Iglesia y exigido por la justicia, que ordena que des a los pobres el pan que le niegas a tu boca y no que les des lo que sobra de tu mesa luego de llenar tu estómago hasta la saciedad.
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Que el Señor te conceda su paz.