El sueño de Jesús.

Nada nos dicen los evangelios sobre lo que ocurrió aquel sábado santo en el cual Cristo reposó en el sepulcro. Nada nos dice de lo que hacían o donde estaban sus discípulos: qué hacía Pedro, donde estaban los hijos de Zebedeo, donde pasó la noche la Magdalena o qué pensaban hacer José de Arimatea y Nicodemo... ciertamente en ese sábado reinó el silencio. Por eso se asocia especialmente con María, ya que este día de silencio coincide con otros momentos de su vida con Jesús en las que ella no decía nada, sino que «guardaba todas estas cosas, y las meditaba en su corazón» (Lc 2, 19). Y si el silencio favorece la contemplación, este es un día para contemplar.


¿Qué contemplar?

Contempla el misterio de Jesús que ha muerto y reposa en el sepulcro. Recuerda que contemplar implica una actitud de silencio exterior e interior. También debes callar esa tendencia racionalista de tu mente de simplificar las cosas o de conformarse con lo superficial y aparente; contemplar es ir más allá y aún actualizar en tu vida lo que contemplas, con ayuda de los ojos de la fe y del amor. No olvides que son estos ojos (fe y amor) los que permiten al discípulo reconocer a Jesús resucitado cuando otros no lo distinguen de un hombre cualquiera.


¿Qué contemplar en el cuerpo de Jesús?

Una antigua homilía de este santo sábado te responde:

«Contempla los salivazos de mi cara, que he soportado para devolverte tu primer aliento de vida; contempla los golpes de mis mejillas, que he soportado para reformar, de acuerdo con mi imagen, tu imagen deformada; contempla los azotes en mis espaldas, que he aceptado para aliviarte del peso de los pecados, que habían sido cargados sobre tu espalda; contempla los clavos que me han sujetado fuertemente al madero, pues los he aceptado por ti, que maliciosamente extendiste una mano al árbol prohibido.

Dormí en la cruz, y la lanza atravesó mi costado, por ti, que en el paraíso dormiste, y de tu costado diste origen a Eva. Mi costado ha curado el dolor del tuyo. Mi sueño te saca del sueño del abismo. Mi lanza eliminó aquella espada que te amenazaba en el paraíso».


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