Escuchar tu voz y seguir por tu camino.

Una de las imágenes del Antiguo Testamento que más conmueven es la de Dios llamando casi con desesperación al pueblo a que sea fiel a la alianza. El pueblo, por su parte, no quiere escuchar. Dios entonces asume la actitud de un pastor que llama a sus ovejas a fuentes tranquilas (salm. 23), algo que solo es posible habitando en su casa. Dios es un Padre que llama a sus hijos que andan deambulando a la intemperie; les pide que vuelvan a la seguridad de su casa, a la que siempre podrán volver sin importar lo mal que se hayan portado.

Sin embargo, a veces la voz de Dios se parece más a un lamento de un Padre que sufre por la perdición de sus hijos: 

«Mi pueblo no escuchó mi voz,

Israel no quiso obedecer: los entregué a su corazón obstinado, para que anduviesen según sus antojos.

¡Ojalá me escuchase mi pueblo y caminase Israel por mi camino! (...) te alimentaría con flor de harina,

te saciaría con miel silvestre» (salmo 80)

Conversión, en palabras sencillas, es dejar de hacernos sordos a la voz del Padre Dios que nos llama a emprender el camino a casa.


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