Dice Jesús: «Todo está cumplido».
Para el evangelista Juan estas son las últimas palabras del Señor, después de las cuales Jesús «inclinando la cabeza, entregó el espíritu». Estas palabras de Jesús no pueden entenderse sin otras del mismo evangelio, en dónde se dice del Señor que «habiendo amado a los suyos que estaban en el mundo, los amó hasta el extremo» (Jn 13, 1). Jesús ha cumplido su misión y ha entregado su vida de forma radical y hasta el extremo. Declarar que ya todo ha sido cumplido es gritar al mundo «lo he entregado todo, ya nada más me queda para dar, todo está cumplido» para así entregar el último don, el más precioso, que nos acompaña hasta el día de hoy: su propio espíritu. Jesús nos entregó todo, y cuando ya no había nada más que entregar, inclinó la cabeza y nos entregó el Espíritu. Somos capaces de entrar en la vida de Dios porque Jesús nos dió su mismo Espíritu y nos amó hasta el extremo. Nunca demos por sentado nada en nuestra vida de discípulos, porque aún la posibilidad de decirle a Dios «Padre nuestro» es una gracia alcanzada por Jesucristo que nos da su Espíritu (Gal. 4, 6).
Así como Jesús vino a este mundo con una misión de entrega radical y amor hasta el extremo, nosotros hemos recibido de Él esa misma misión. Si hoy tocara la muerte nuestra puerta, ¿podríamos decir como Jesús que todo está cumplido?, ¿lo damos todo o aún nos guardamos algo para nosotros mismos?
Para el evangelista Juan estas son las últimas palabras del Señor, después de las cuales Jesús «inclinando la cabeza, entregó el espíritu». Estas palabras de Jesús no pueden entenderse sin otras del mismo evangelio, en dónde se dice del Señor que «habiendo amado a los suyos que estaban en el mundo, los amó hasta el extremo» (Jn 13, 1). Jesús ha cumplido su misión y ha entregado su vida de forma radical y hasta el extremo. Declarar que ya todo ha sido cumplido es gritar al mundo «lo he entregado todo, ya nada más me queda para dar, todo está cumplido» para así entregar el último don, el más precioso, que nos acompaña hasta el día de hoy: su propio espíritu. Jesús nos entregó todo, y cuando ya no había nada más que entregar, inclinó la cabeza y nos entregó el Espíritu. Somos capaces de entrar en la vida de Dios porque Jesús nos dió su mismo Espíritu y nos amó hasta el extremo. Nunca demos por sentado nada en nuestra vida de discípulos, porque aún la posibilidad de decirle a Dios «Padre nuestro» es una gracia alcanzada por Jesucristo que nos da su Espíritu (Gal. 4, 6).
Así como Jesús vino a este mundo con una misión de entrega radical y amor hasta el extremo, nosotros hemos recibido de Él esa misma misión. Si hoy tocara la muerte nuestra puerta, ¿podríamos decir como Jesús que todo está cumplido?, ¿lo damos todo o aún nos guardamos algo para nosotros mismos?
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Que el Señor te conceda su paz.