Una actitud perjudicial que podemos asumir ante el Evangelio es abanderarnos de una de sus exigencias e ignorar otras. Así vemos a muchos cristianos profundamente preocupados por aspectos de la moral sexual, como la condena al aborto o las uniones de parejas del mismo sexo, que quizás no son prácticas en las que ellos incurran, mientras ignoran otras que sí cometen, como el adulterio, la fornicación, la pornografía o el recurrir a la prostitución. Y esto solo hablando de la moral sexual. Dicho de otro modo, somos radicales hacia las faltas de los demás y ridículamente blandos con los pecados que nosotros cometemos.
En la Escritura, esta actitud incoherente es la que caracteriza a quienes rodean a los profetas, incluyendo a Jesús, ya que los profetas son aquellos que señalan la incoherencia como el peor de los males del creyente, reclamando del pueblo la observación plena de la alianza; es lo que reclamaba Juan el Bautista al rey Herodes y los profetas al pueblo en distintos momentos de su historia.
La Cuaresma es el tiempo para revisar y eliminar ese tipo de incoherencias, cuidando de no practicar nuestra justicia para que la vean los demás, sino el Padre del cielo, atendiendo a la máxima "misericordia quiero, no sacrificio" (Mt 9, 13). La actitud cristiana ante el pecado es la implantación de la justicia de Dios y el abrazo misericordioso a quienes son esclavos del pecado.
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Que el Señor te conceda su paz.