La luz de tu gracia.

Una verdad tan grande que, por nuestra soberbia, pasamos por alto: «por gracia estamos salvados, mediante la fe» (Ef 2). La salvación es un don gratuito, no hay mérito alguno ni premio a ningún esfuerzo humano que nos haga dignos de ella: todo es gracia, hasta lo que llamamos "nuestras" obras buenas, porque incluso ellas son inspiradas por la gracia que Dios nos da.
¡Aún el arrepentimiento viene suscitado por la gracia de Dios! Y sin embargo, ello no nos quita una gran responsabilidad: creer en esta bondad de Dios, acoger su misericordia, estar dispuestos a la acción de su gracia... permitir que Dios haga su obra en nosotros y mediante nosotros... ¡ser instrumentos de la paz del Señor!
No es casual que la gracia se suela representar con el símbolo de la luz. Si nos hacemos "transparentes" (es decir, si nos purificamos de todo lo que "ensucie" y "oscurezca" nuestro corazón) al acercarnos a la luz no la ocultaremos a quienes se acerquen detrás de nosotros. Al permitir que otros contemplen la bondad que Dios ha tenido con nosotros, nos hacemos comunicadores de la luz de su gracia.

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