Misterio de la fe.

Una de las muchas «cuaresmas» que encontramos en la Escritura es aquella de Moisés cuando subió al monte santo para recibir de Dios las tablas de la ley (Ex. 24). Moisés subió solo mientras Aarón y el pueblo esperaban abajo. Antes de subir, el pueblo se comprometió solemnemente a cumplir y obedecer todo lo que mandara el Señor. Sabemos por la lectura del texto sagrado que el pueblo no soportó cuarenta días sin Moisés, y desesperado, puso su confianza en un ídolo de fundición. El pueblo perdió rápidamente la esperanza y su necesidad de sentirte resguardados por un ser superior los hizo abandonar a ese Dios invisible y misterioso de sus antepasados. Para nosotros hoy puede ser difícil de entender la necesidad de que Dios fuera visible, pero para un hebreo que veía en otros pueblos grandes imágenes de sus múltiples dioses, proclamar que creían un Dios único e invisible era una especie de manifestación de desventaja, un escuchar con frecuencia «nosotros tenemos muchos dioses y adoramos sus imágenes en nuestros templos... ustedes solo tienen un Dios y encima de todo nunca lo han visto»; ya lo decía el salmo «todo el día me preguntan: "¿dónde está tu Dios?» (Sal. 42).
Para un cristiano, caminar por el sendero de Jesús con la luz de la fe, puede convertirse en una auténtica prueba en un mundo que aún hoy reclama garantías de satisfacción y rechaza la idea de una felicidad plena en una vida futura. A Jesús no lo vemos físicamente; tenemos el testimonio de los apóstoles, la tradición de la Escritura, la inmortalidad de la Iglesia, la presencia eucarística y el testimonio de conversión de muchos, pero a ese Jesús que caminó por Palestina hace dos mil años no lo vemos. La fe nunca encontrará una explicación plena aún en presencias tan reales como la eucarística, porque incluso para acceder a esta verdad se requiere fe («este es el sacramento de nuestra fe» dice el ministro). La fe siempre requerirá confiar en que el Señor, que se ha manifestado antes, se manifestará ahora. Mientras transcurre la cuaresma de nuestra vida, no nos desesperemos ni perdamos la fe.

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