«¡Tu rostro buscaré Señor, no me escondas tu rostro!» dice el salmo 27. La preocupación de un alma preocupada por profundizar su relación con Dios no puede ser otra. Los contemplativos, es decir, los enamorados que dedican tiempo completo a amar a Dios, procuran que todo lo que hagan, piensen y digan sea para profundizar aún más el conocimiento de ese Dios, de su rostro verdadero.
Y es que, conocer en detalle el rostro de alguien es solo algo que pueden lograr sus seres queridos. Para detallar en la memoria el rostro de alguien se requiere haberlo visto muchas veces de cerca y para tener esa intimidad se requiere mucha confianza: hablar cara a cara como cuando los amigos conversan, mirar largo rato como un padre que ve a su hijo dormir o una pareja que se mira a los ojos antes de darse un beso... conoce el rostro quien lo contempla con familiaridad y con frecuencia.
¿Conoces el rostro de Dios? ¿Te acercas a Él con familiaridad, con frecuencia y confianza?
No olvides que ya no podemos decir, como los hebreos de la antigua alianza, que a Dios no se le puede ver. Vemos el rostro de Dios Padre en Jesús, porque quien lo ve a Él, ve también al Padre (Jn 14).
Y Jesús, al hacerse hombre, dió el gran salto de cercanía hacia todos los seres humanos, de modo que nunca como ahora ha sido tan fácil acceder al rostro de Dios: basta abrir los ojos con plena conciencia humana de que somos hijos de un Padre en el cielo.
Y es que, conocer en detalle el rostro de alguien es solo algo que pueden lograr sus seres queridos. Para detallar en la memoria el rostro de alguien se requiere haberlo visto muchas veces de cerca y para tener esa intimidad se requiere mucha confianza: hablar cara a cara como cuando los amigos conversan, mirar largo rato como un padre que ve a su hijo dormir o una pareja que se mira a los ojos antes de darse un beso... conoce el rostro quien lo contempla con familiaridad y con frecuencia.
¿Conoces el rostro de Dios? ¿Te acercas a Él con familiaridad, con frecuencia y confianza?
No olvides que ya no podemos decir, como los hebreos de la antigua alianza, que a Dios no se le puede ver. Vemos el rostro de Dios Padre en Jesús, porque quien lo ve a Él, ve también al Padre (Jn 14).
Y Jesús, al hacerse hombre, dió el gran salto de cercanía hacia todos los seres humanos, de modo que nunca como ahora ha sido tan fácil acceder al rostro de Dios: basta abrir los ojos con plena conciencia humana de que somos hijos de un Padre en el cielo.
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Que el Señor te conceda su paz.