Niño pequeño.

Al finalizar cada jornada, recogemos todos nuestros pensamientos, palabras y acciones para dejarlas en un abrazo a nuestro Padre Dios. Conviene que no dejemos de vernos como niños pequeños que dependemos de un Padre tan amoroso, porque de lo contrario caeríamos con facilidad en el desánimo o en la tentación de sentirnos autosuficientes.
El mundo podría temblar y caerse a pedazos, que no habrá lugar más seguro en el mundo para un niño que el abrazo de su padre, la protección de su madre. Tengamos esta actitud con Dios, no solo en un plano emocional, sino también intelectual y espiritual: el Padre Dios siempre sabe qué es lo mejor para sus hijos. Dejemos que solo Dios sea la fuente y el origen de nuestra alegría y esperanza.

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