Dice Jesús: «Padre, perdónalos, porque no saben lo que hacen» (Lc 23, 34).
Para comprender mejor la profundidad de esta palabra, conviene recordar la diferencia entre perdonar y disculpar, aunque en nuestra cotidianidad sean palabras que signifiquen lo mismo.
Perdonar es absolver una falta, un daño o un mal que alguien causa por su maldad. Disculpar o excusar es más bien justificar una conducta dañina de alguien que quizás no quería causar ese daño. No es lo mismo tropezar con alguien en la calle y hacerlo caer por torpeza o estar distraído, que hacerlo caer a propósito porque queremos hacerle daño a esa persona. Lo primero se disculpa, lo segundo se perdona.
Pues bien, Jesús clama al Padre para que perdone a sus verdugos y va más allá: busca justificaciones para excusarlos, «porque no saben lo que hacen... si a lo mejor supieran el alcance de lo que están haciendo, no lo harían». Claramente Jesús es infinitamente paciente y misericordioso, y nosotros, en nuestra torpeza, hacemos muchas veces el mal que no queremos... pero también hacemos voluntaria y conscientemente el mal a otros porque hemos cultivado en nuestro corazón el resentimiento. Por todo esto, Jesús pide perdón al Padre.
Esta palabra es una invitación a revisar nuestras actitudes de perdón. ¿No será que, al contrario de Jesús, nosotros solemos buscar razones para culpar a los otros incluso más allá de sus razones reales? ¿Qué tan serenos somos para recordar que aún nosotros mismos hacemos el mal por negligencia, torpeza e incluso por omisión?

Para comprender mejor la profundidad de esta palabra, conviene recordar la diferencia entre perdonar y disculpar, aunque en nuestra cotidianidad sean palabras que signifiquen lo mismo.
Perdonar es absolver una falta, un daño o un mal que alguien causa por su maldad. Disculpar o excusar es más bien justificar una conducta dañina de alguien que quizás no quería causar ese daño. No es lo mismo tropezar con alguien en la calle y hacerlo caer por torpeza o estar distraído, que hacerlo caer a propósito porque queremos hacerle daño a esa persona. Lo primero se disculpa, lo segundo se perdona.
Pues bien, Jesús clama al Padre para que perdone a sus verdugos y va más allá: busca justificaciones para excusarlos, «porque no saben lo que hacen... si a lo mejor supieran el alcance de lo que están haciendo, no lo harían». Claramente Jesús es infinitamente paciente y misericordioso, y nosotros, en nuestra torpeza, hacemos muchas veces el mal que no queremos... pero también hacemos voluntaria y conscientemente el mal a otros porque hemos cultivado en nuestro corazón el resentimiento. Por todo esto, Jesús pide perdón al Padre.
Esta palabra es una invitación a revisar nuestras actitudes de perdón. ¿No será que, al contrario de Jesús, nosotros solemos buscar razones para culpar a los otros incluso más allá de sus razones reales? ¿Qué tan serenos somos para recordar que aún nosotros mismos hacemos el mal por negligencia, torpeza e incluso por omisión?
Comentarios
Publicar un comentario
Que el Señor te conceda su paz.