Te encomiendo mi vida.

Dice Jesús: «Padre, en tus manos encomiendo mi Espíritu».

Jesús se dirige a su Padre y encomienda a "sus manos" su vida. Pensar en las manos del Padre es pensar en la confianza de un niño cuando se arroja confiado en las manos de sus padres. Las manos de Dios son su voluntad, por lo que decir que nos encomendamos a sus manos es decir que nos confiamos y nos entregamos a su voluntad, sabiendo por la fe que en su voluntad estamos seguros. No por nada decimos, por ejemplo, cuando enfermamos y nos procuran al mejor médico, que estamos «en las mejores manos». Pues bien, ¿no es justamente la voluntad del Padre las mejores manos a las que nos podemos encomendar?

Lo que Jesús encomienda es algo que solo Dios puede cuidar y es su vida. Dice Jesús que encomienda su espíritu refiriéndose a su vida mortal. Será el Padre quien acoja esta vida y la restituya glorificada en la resurrección. Encomendar la vida y tener la certeza de que no se perderá es algo que no nos pueden garantizar en esta tierra ni siquiera "las mejores manos". Ningún rescatista, autoridad, médico, bombero o científico nos puede garantizar que no se perderá nuestra vida si les es encomendada; solo Dios, autor de la vida, la puede preservar... solo al Padre podemos encomendar nuestro espíritu con confianza.

¿A quién encomiendas tu vida? Muchos viven y mueren, confiando su vida en sus propios ideales, o en su familia, en otras personas, en el dinero o en dejar un legado para ser recordados, ¿a quién le encomiendas hoy tu vida?

Nuestra madre, la Iglesia, sabiamente nos enseña a rezar diariamente esta palabra a modo de jaculatoria, inspirándose en el versículo del salmo 31: «En tus manos encomiendo mi espíritu. Tú, el Dios leal, me rescatarás».


Comentarios