Cuando leas el relato de la pesca milagrosa del capítulo 21 según San Juan, presta atención a algunos detalles que nos hablan, como en todo ese Evangelio, del conocimiento de Dios que nos da el amor.
El primero de ellos lo tenemos cuando Jesús, desde la orilla, les pregunta si han pescado algo. Ante la respuesta negativa de los discípulos, Jesús les dice que lancen las redes a la derecha de la barca, y ellos obedecen, obteniendo una gran cantidad de peces (Jn 21, 6). Sin embargo, todo esto ocurre sin que los discípulos sepan que quien les habla es Jesús (Jn 21, 4). Entonces, ¿por qué obedecen a un desconocido?
El segundo detalle está en que, aunque este hecho milagroso por sí mismo bastaría para descubrir que los discípulos están ante Jesús, Pedro solo lo reconoce cuando se lo indica el discípulo a quien Jesús amaba (Jn 21, 7). Tal como ante el sepulcro vacío y al pie de la cruz, este discípulo del amor, precisamente porque ama mucho, tiene la capacidad de identificar al Señor que otros no tienen... o al menos no tienen esa capacidad tan desarrollada debido a su amor aún imperfecto.
Se puede pensar que Pedro y los otros discípulos obedecen instintivamente al Maestro, tal como los discípulos de Emaús que se dejan enseñar y adoctrinar largamente por un aparente desconocido del camino, porque sintieron que sus palabras quemaban su corazón (Lc 24, 32), pero el paso a un verdadero reconocimiento del Señor pasa por el amor; solo amando se puede hallar al Dios que es amor. El amor nos permite encontrar al Señor donde otros no lo ven.
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Que el Señor te conceda su paz.