Nota un detalle interesante del evangelista Lucas al narrar el encuentro de Jesús con los dos discípulos de Emaús. Los discípulos estaban con aire entristecido, esperando que su Maestro, "un profeta poderoso en obras y palabras delante de Dios y de todo el pueblo" (Lc 24, 19), fuera el libertador de Israel. Esta decepción y tristeza no cesaron ni siquiera por el testimonio del sepulcro vacío... ¡ni siquiera el testimonio de las mujeres sobre las palabras del ángel diciendo que Jesús vivía (Lc 24, 23) fue suficiente! La decepción hacia sus expectativas es total.
El núcleo de esta tristeza (y que luego confirmará Jesús en el versículo 26) fue haber constatado que su Señor padeció y fue crucificado en total humillación. ¿Qué sentido tiene pensar que alguien que "no puede salvarse a sí mismo" (Lc 23, 39) puede salvar a los demás? ¿Cómo un discípulo que ingenuamente espera huir del sufrimiento del mundo podría ser consolado por un "varón de dolores, acostumbrado al sufrimiento" (Is 53,3)? Es difícil confiarse en las manos de un Señor que tiene forma de esclavo, de un Mesías crucificado.
Por eso, el reclamo de Jesús sobre estas expectativas torpes de los discípulos es contundente: era necesario que el Mesías padeciera para entrar así en su gloria (Lc 24, 26).
El discípulo no debe perder de vista que, para entrar en la gloria, debe seguir los mismos pasos que su Maestro.
El núcleo de esta tristeza (y que luego confirmará Jesús en el versículo 26) fue haber constatado que su Señor padeció y fue crucificado en total humillación. ¿Qué sentido tiene pensar que alguien que "no puede salvarse a sí mismo" (Lc 23, 39) puede salvar a los demás? ¿Cómo un discípulo que ingenuamente espera huir del sufrimiento del mundo podría ser consolado por un "varón de dolores, acostumbrado al sufrimiento" (Is 53,3)? Es difícil confiarse en las manos de un Señor que tiene forma de esclavo, de un Mesías crucificado.
Por eso, el reclamo de Jesús sobre estas expectativas torpes de los discípulos es contundente: era necesario que el Mesías padeciera para entrar así en su gloria (Lc 24, 26).
El discípulo no debe perder de vista que, para entrar en la gloria, debe seguir los mismos pasos que su Maestro.
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Que el Señor te conceda su paz.