Alto y glorioso Dios

«Altísimo y glorioso Dios» rezaba Francisco de Asís pidiendo al Señor que iluminara las tinieblas de su corazón. Sabiendo que el corazón es la sede del amor y el altar del templo de nuestro cuerpo, esta luz que viene de lo alto y que ilumina el corazón, alejando sus tinieblas, no es otra que el Espíritu Santo. Reconocer a Dios como alto y glorioso no se opone a la verdad de que Dios es verdaderamente accesible y cercano: así como el Espíritu desciende del cielo, brota también dentro del corazón de hombre como una fuente de agua viva (Jn 4,14), según el dicho del Maestro: «el Reino de Dios ya está entre ustedes» (Lc 17,21).
Y sin embargo, mirando al cielo decimos con Francisco que Dios es altísimo y glorioso, porque así recordamos que ante Él somos pequeños y necesitados, sin Él nada podemos hacer (Jn 15,5) y no olvidamos que la entrada al Reino pasa por la puerta de la humildad, de reconocer que todo es gracia, don gratuito de Dios.
«¡Oh altísimo y glorioso Dios!, ilumina las tinieblas de mi corazón y dame fe recta, esperanza cierta y caridad perfecta, sentido y conocimiento, Señor, para que cumpla tu santo y verdadero mandamiento. Amén».


Comentarios