Un hombre sin fe le dijo alguna vez a un presbítero: «la fe de los que creen no madura porque la predicación de la Iglesia no profundiza más allá de las enseñanzas más básicas y elementales: ritos repetitivos, doctrinas superficiales y una repetición sin fin de lo mismo».
Ante esto, podemos decir: en Jesús encontramos una eterna novedad que va más allá de las enseñanzas más sencillas, a las que debemos volver siempre. Ciertamente ese primer anuncio que recibimos nos invita a profundizar mucho más en nuestra relación con Dios, pero sin descuidar el principio de todo, donde comenzó el camino. Que no nos pase como aquellos hombres que encontró Pablo en Corinto que, siendo ya discípulos de Jesús, nunca habían escuchado sobre el Espíritu Santo y mucho menos lo habían recibido (Hch 19, 2). No nos confiemos por el hecho de llevar un tiempo caminando con Jesús, porque el Evangelio siempre nos enseña cosas nuevas y nos renueva una y otra vez con la fuerza del Espíritu Santo. Más aún, si hemos pecado, siempre podemos recomenzar y vivir una nueva aventura, tal como la primera vez. En Jesús no todo está dicho, porque Él hace nuevas todas las cosas (Ap 21,5).
Ante esto, podemos decir: en Jesús encontramos una eterna novedad que va más allá de las enseñanzas más sencillas, a las que debemos volver siempre. Ciertamente ese primer anuncio que recibimos nos invita a profundizar mucho más en nuestra relación con Dios, pero sin descuidar el principio de todo, donde comenzó el camino. Que no nos pase como aquellos hombres que encontró Pablo en Corinto que, siendo ya discípulos de Jesús, nunca habían escuchado sobre el Espíritu Santo y mucho menos lo habían recibido (Hch 19, 2). No nos confiemos por el hecho de llevar un tiempo caminando con Jesús, porque el Evangelio siempre nos enseña cosas nuevas y nos renueva una y otra vez con la fuerza del Espíritu Santo. Más aún, si hemos pecado, siempre podemos recomenzar y vivir una nueva aventura, tal como la primera vez. En Jesús no todo está dicho, porque Él hace nuevas todas las cosas (Ap 21,5).
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Que el Señor te conceda su paz.