El plan de salvación de Dios no se lleva a cabo «a pesar» del pecado y la fragilidad del ser humano, sino a partir de estas mismas heridas, porque «donde abundó el pecado, sobreabundó la gracia» (Rm 5,20). El pecado y el mal son así una ocasión para que brille aún más la misericordia y el poder de Dios (Jn 9,2-3), que puede sacar el bien incluso del peor de los males. El Papa Juan Pablo I dijo una vez: «El Señor ama tanto la humildad que a veces permite pecados graves. ¿Para qué? Para que quienes los han cometido, después de arrepentirse, lleguen a ser humildes». De la obra perfecta de Adán y su mujer, heridos por el pecado y la muerte, Dios ha constituido un nuevo hombre plenamente perfecto en Jesús y, del pecado de Eva, constituyó una plenitud de gracia en María. Del mismo modo, Dios puede reconstruirte en una nueva creación; no a pesar de tus pecados, sino a partir de ellos.
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Que el Señor te conceda su paz.