Si el discípulo tiene presente en todo momento que es un pecador, no será para vivir en amargura, sino con una actitud humilde y apegado al único que otorga la gracia de la purificación y renueva continuamente el interior de los corazones que saben humillarse, es decir, reconociendo que no hay mérito alguno en sus obras si no es precedido por la gracia. Nada tenemos que no nos haya sido dado desde lo alto; por eso, un discípulo vive agradecido y cultiva la humildad.
En este sentido, meditará con frecuencia aquel proverbio que dice: «Conviértanse por mis reprensiones: voy a derramar mi espíritu sobre ustedes, les voy a comunicar mis palabras» (Prov 1, 23). El soberbio no escucha ni se deja instruir aunque el Maestro sea el mismo Señor; por eso, un buen discípulo será quien, con humildad, reconozca que sin las palabras del Señor no hay adónde acudir y sin Él nada puede hacer.
En este sentido, meditará con frecuencia aquel proverbio que dice: «Conviértanse por mis reprensiones: voy a derramar mi espíritu sobre ustedes, les voy a comunicar mis palabras» (Prov 1, 23). El soberbio no escucha ni se deja instruir aunque el Maestro sea el mismo Señor; por eso, un buen discípulo será quien, con humildad, reconozca que sin las palabras del Señor no hay adónde acudir y sin Él nada puede hacer.
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Que el Señor te conceda su paz.