La palabra «Cristo» viene del griego Χριστός (christós) y significa «ungido». Ser ungido o untado con aceite en antiguo pueblo de la alianza era signo de ser elegido o designado como rey del pueblo. Saúl (1Sm 10, 1) y también David fueron ungidos como reyes del pueblo, siendo sellados por el Espíritu desde el momento de su unción (2Sm 5,3). De modo que ser ungido es ser sellado por el Espíritu, tal como declaró el mismo Señor, cuando dijo «El Espíritu del Señor sobre mí, porque me ha ungido para anunciar a los pobres la Buena Nueva» (Lc 4, 18).
Al llamarnos o denominarnos «cristianos» decimos que nosotros somos «ungidos», ya que el día de nuestro bautismo el ministro aplicó aceite consagrado en nuestra cabeza y en nuestro pecho, uniéndonos al Ungido de Dios, Jesús, y consagrándonos como templo del Espíritu Santo. No es casual que, cuando se consagra una nueva edificación o iglesia para el culto, el ministro unja las paredes y el altar con aceite: somos ungidos, elegidos, consagrados por Dios, en Dios y para Dios. A Él pertenecemos, por Él vivimos, en Él anunciamos su Reino y a Él nos dirigimos, porque somos sus ungidos. Por eso podemos decir, como san Pablo, que «es Dios el que nos conforta en Cristo y el que nos ungió, y el que nos marcó con su sello y nos dio en prenda el Espíritu en nuestros corazones» (2Co 1, 21-22).
Al llamarnos o denominarnos «cristianos» decimos que nosotros somos «ungidos», ya que el día de nuestro bautismo el ministro aplicó aceite consagrado en nuestra cabeza y en nuestro pecho, uniéndonos al Ungido de Dios, Jesús, y consagrándonos como templo del Espíritu Santo. No es casual que, cuando se consagra una nueva edificación o iglesia para el culto, el ministro unja las paredes y el altar con aceite: somos ungidos, elegidos, consagrados por Dios, en Dios y para Dios. A Él pertenecemos, por Él vivimos, en Él anunciamos su Reino y a Él nos dirigimos, porque somos sus ungidos. Por eso podemos decir, como san Pablo, que «es Dios el que nos conforta en Cristo y el que nos ungió, y el que nos marcó con su sello y nos dio en prenda el Espíritu en nuestros corazones» (2Co 1, 21-22).
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