Verás la gloria de Dios.

Cuando fuimos bautizados (siendo unos niños para la mayoría de los casos), fuimos conducidos por nuestros padres y padrinos a las puertas de una iglesia, en donde nos esperaba un ministro. Antes de permitir a todos la entrada en el lugar sagrado, el ministro pregunta a los presentes «¿qué piden ustedes a la Iglesia para este niño?». Esta pregunta puede responderse de muchas maneras, todas ellas correctas; se puede decir «pedimos el bautismo para este niño» o bien «La gracia de Cristo», «La entrada en la Iglesia», o «La vida eterna». Y todas estas respuestas son correctas porque todas estas gracias nos da el santo bautismo. Nota, sin embargo, que antes de conceder el bautismo la Iglesia exige que haya fe: sea la fe de quien va a ser bautizado si es un adulto o de sus padres, en el caso del bautismo de un niño. La fe en sí misma es un don de Dios, pero ella es necesaria para acceder a todos los otros dones. Si decimos que el bautismo es una puerta, la fe es la llave de esa puerta.
¿Cómo puedes renovar cada día la gracia del bautismo, tú que ya has sido bautizado?
Pues basta con que renueves tu fe en Jesús que vino al mundo, amó y nos mandó amar, entregó su vida y muriendo por los pecados de la humanidad, ha resucitado y nos ha abierto las puertas de la salvación. Este es el primer paso: si crees, verás la gloria de Dios (Jn 11, 40).


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