Salir al encuentro del otro es una inmensa obra de caridad y amor. No pocas veces dejamos de visitar y acudir al otro por pensar que no tenemos nada para ofrecerle, cuando el mejor don que podemos ofrecer está en nuestra presencia, compañía y, sobre todo, nuestra escucha. El mal de nuestro tiempo, sentirnos solitarios aun rodeados de tanta gente, se remedia simplemente con visitar al otro en su intimidad, escuchando y valorando lo que el otro tiene para compartirnos, «alegrándose con los que están alegres y llorando con los que lloran» (Rm 12, 15). Por el mundo no vamos solos; tenemos compañeros de camino.
Comentarios
Publicar un comentario
Que el Señor te conceda su paz.