La medida de la generosidad es la medida del corazón que es generoso, porque cada uno da según su capacidad: «unos treinta, otros sesenta, otros ciento» (Mc 4,20). De modo que no importa si lo que damos pueda parecer poco, siempre que sea una medida generosa acorde a nuestra capacidad. En ese sentido, el apóstol nos enseña que la caridad se ejercita «no para que pasen apuros para que otros tengan abundancia, sino con igualdad» (2Co 8,13), es decir, que el darse a los demás no puede pasar por un desprecio hacia nosotros mismos, como si Dios no deseara colmarnos en abundancia, sino que debe ser una entrega que permita que el corazón se ensanche, poco a poco, a la medida de Cristo, quien entrega la vida incluso en aquellos lugares en donde parece que ya ganó la muerte.
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Que el Señor te conceda su paz.