La fuente de Dios

¿Te has preguntado por qué tiendes a responder impulsivamente cuando tienes que tomar decisiones en tu vida? ¿Por qué reaccionas de forma «automática» e irreflexiva ante situaciones en las que tu fe te invita a meditar reposadamente? ¿Por qué, ante situaciones preocupantes, recurres a desahogos mundanos, consejos de desconocidos, exposición pública de tus inquietudes, ansiedad y desesperación? ¿Por qué, en estos casos, se te cruzan muchas cosas por la mente y el corazón, pero nunca piensas en orar, meditar ante Dios, acudir a la Sagrada Escritura y su sabiduría?

La respuesta es tan sencilla como chocante: procedemos así porque no cultivamos la virtud de la oración. La virtud se alimenta de hábitos, y los hábitos se alimentan de acciones que se repiten diariamente. Es lógico que, en momentos de dudas y dilemas, acudamos a aquellas fuentes de las que bebemos constantemente. Si nos decimos cristianos, pero dedicamos largas horas al ocio y las redes sociales (por dar un ejemplo) y ni una sola hora a la oración, no debe sorprendernos que, en las tribulaciones, acudamos primero al mundo que a Dios. Nunca serás sabio en las cosas de Dios si no bebes de las fuentes de Dios, y esa fuente está en la Sagrada Escritura y en donde ella sea leída, venerada, meditada y puesta en práctica.


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