La alegría verdaderamente espiritual se caracteriza por ser serena, brotando desde el interior del corazón hacia el exterior de forma constante. Una alegría efusiva pero inconstante no es verdaderamente espiritual, ya que la auténtica tiene sus raíces en las convicciones personales y no en cosas superficiales y cambiantes. Si nuestra alegría, por ejemplo, está cimentada en la certeza de que Dios nos ama, difícilmente puede tambalearse esta verdad, a no ser que creamos que un día Dios nos ama y al siguiente no... Por el contrario, un discípulo inconstante encuentra gozo en cosas pasajeras, que aunque pueden ser buenas, no son suficientes para cultivar una alegría auténticamente espiritual. La alegría espiritual permanece aun en los momentos difíciles, porque está cimentada con firmeza en la fidelidad de Dios.
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Que el Señor te conceda su paz.