El primer misterio para aquel que busca elevar su pensamiento a Dios (y que, por este solo propósito, ya ha dado el primer paso para hacerlo) se encuentra con una primera incógnita: ¿qué piensa Dios? Los cristianos no tienen una respuesta única a esta cuestión: algunos consideran impropio del ser humano atreverse a indagar en el pensamiento de Dios, mientras que otros lo ven como una pregunta ociosa, sabiendo que el mismo Dios ha manifestado que «mis pensamientos no son sus pensamientos, ni sus caminos mis caminos. Como son más altos los cielos que la tierra, así son mis caminos más altos que sus caminos, y mis pensamientos más que sus pensamientos» (Is 55, 8-9). ¿No será más bien que intentar escudriñar la mente de Dios esconde un deseo velado de control, de querer dominar a Dios?
Y, sin embargo, es válido preguntarse sobre el pensamiento de Dios. Lo es porque en la respuesta a esta pregunta se esconde el secreto del sentido de nuestra vida. En el pensamiento de Dios habita el sentido de que nos haya creado y la finalidad de este acto libre de su voluntad. En palabras sencillas, Dios nos ha creado para algo, y es válido para nosotros perseguir esta voluntad. De muchas formas, en el corazón humano late el deseo de Dios, de verlo, de encontrarlo y así hallar respuesta a los grandes interrogantes de la existencia:
¿Para qué he sido llamado a vivir en este mundo?
¿Por qué ahora y no en otro tiempo?
¿Por qué aquí y no en otro lugar?
¿Cuál es el designio o plan de Dios para mi vida? ¿Cuál es mi misión?
El primer paso es elevar el pensamiento a Dios; el segundo es constatar que Dios es amor. Y quien ama, conoce a Dios (1 Jn 4). Sea cual sea la manera en que busquemos respuesta a estas y otras preguntas, el camino y la meta es el amor: Dios nos crea por amor, nos invita a participar de su amor, siendo felices amando y siendo amados por Él. El camino que emprendamos para ser felices en el corazón de Dios será diferente para cada uno, pero siempre estará guiado por el amor.
Un juglar de Dios.
Comentarios
Publicar un comentario
Que el Señor te conceda su paz.