La virtud se alcanza mediante buenas obras que se convierten en hábitos. Un hábito se adquiere con la constancia en las pequeñas acciones. No pretendas alcanzar las cumbres de la contemplación si no puedes elevar tu pensamiento, al menos un minuto diario, hacia tu Dios y Señor. Y no intentes orar ese minuto si no eres capaz de guardar silencio (externo o interno) durante al menos dos minutos. La virtud no se logra mediante actos extraordinarios, sino siendo constante en las acciones ordinarias de cada día. Además, las cosas extraordinarias no darán todo su fruto si en el corazón no existe el hábito de lo ordinario y sencillo.
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Que el Señor te conceda su paz.