«Hosanna» significa «sálvanos». Fue la aclamación del pueblo, especialmente de los niños, cuando Jesús ascendía a Jerusalén para entregar su vida por la salvación del mundo. Jesús decidió subir a la ciudad santa, también conocida como la «ciudad de David», en honor al rey que la conquistó, lo que dotó su entrada de un profundo simbolismo. Jesús ingresó en la ciudad santa (donde se encuentra el Templo, la morada de Dios) como el Mesías, es decir, el Ungido de Dios, y también como el Rey salvador.
En la tradición, cuando un rey salía de la ciudad para cumplir una misión o enfrentarse en batalla, al regresar era recibido por el pueblo con grandes multitudes, celebraciones y honores militares. Jesús, en cambio, entró con humildad, montado en un asno y fue recibido por los niños (Mt 21, 15), que llevaban palmas en sus manos. Ninguna autoridad salió a recibir al verdadero Rey Mesías, esperado durante siglos, lo que simboliza cómo el Reino de Dios se manifiesta a los humildes. Si Jesús entró con humildad en la ciudad santa, solo con humildad nosotros podremos entrar en el Reino de los Cielos.
La tradición de la Iglesia ha situado la meditación de este misterio de la vida pública de Jesús al comienzo de la Semana Santa, como preludio a la celebración de los misterios de la Pasión, Muerte y Resurrección del Señor. De esta manera, se comprende mejor el sentido que el mismo Señor quiso darle a su entrada mesiánica: solo con humildad y un corazón dispuesto se puede seguir al Señor en su pasión, muerte y resurrección. Para un cristiano, es esencial vivir este gran misterio, conocido como la «Pascua». Si en un diálogo con el Señor le dijéramos «¡Hosanna, danos la salvación!», Él nos respondería: «Toma tu cruz y sígueme; muere conmigo, y yo te resucitaré conmigo en una nueva vida». Una vez más, nos enfrentamos a una gran verdad: sin cruz no hay gloria, sin muerte no hay nueva vida.
«Mientras los judíos piden milagros y los griegos buscan sabiduría, nosotros, en cambio, predicamos a Cristo crucificado, escándalo para los judíos y locura para los gentiles, pero fuerza y sabiduría de Dios para los que han sido llamados, tanto judíos como griegos» (1Co 1, 22-24).
Un juglar de Dios.
En la tradición, cuando un rey salía de la ciudad para cumplir una misión o enfrentarse en batalla, al regresar era recibido por el pueblo con grandes multitudes, celebraciones y honores militares. Jesús, en cambio, entró con humildad, montado en un asno y fue recibido por los niños (Mt 21, 15), que llevaban palmas en sus manos. Ninguna autoridad salió a recibir al verdadero Rey Mesías, esperado durante siglos, lo que simboliza cómo el Reino de Dios se manifiesta a los humildes. Si Jesús entró con humildad en la ciudad santa, solo con humildad nosotros podremos entrar en el Reino de los Cielos.
La tradición de la Iglesia ha situado la meditación de este misterio de la vida pública de Jesús al comienzo de la Semana Santa, como preludio a la celebración de los misterios de la Pasión, Muerte y Resurrección del Señor. De esta manera, se comprende mejor el sentido que el mismo Señor quiso darle a su entrada mesiánica: solo con humildad y un corazón dispuesto se puede seguir al Señor en su pasión, muerte y resurrección. Para un cristiano, es esencial vivir este gran misterio, conocido como la «Pascua». Si en un diálogo con el Señor le dijéramos «¡Hosanna, danos la salvación!», Él nos respondería: «Toma tu cruz y sígueme; muere conmigo, y yo te resucitaré conmigo en una nueva vida». Una vez más, nos enfrentamos a una gran verdad: sin cruz no hay gloria, sin muerte no hay nueva vida.
«Mientras los judíos piden milagros y los griegos buscan sabiduría, nosotros, en cambio, predicamos a Cristo crucificado, escándalo para los judíos y locura para los gentiles, pero fuerza y sabiduría de Dios para los que han sido llamados, tanto judíos como griegos» (1Co 1, 22-24).
Un juglar de Dios.
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