Hechos a Su imagen

El ser humano está en lo más alto del mundo visible creado por Dios, y esto es así porque fuimos creados «a su imagen» (Gn 1, 27). Y si somos imagen de Dios, eso significa que, tal como Dios, podemos amar con libertad. Solo el ser humano es capaz de tomar consciencia de su ser, de su existencia como imagen de Dios, y solo él puede ser consciente de su capacidad de responder al amor de Dios. O dicho de otra manera: si somos imagen de Dios, eso significa que podemos amarlo en el mismo lenguaje en el cual Él nos ama. Esto alcanza un significado aún más profundo cuando Dios se hace hombre, ya que así nuestra naturaleza se eleva a la altura de la naturaleza divina. Dios toma la condición humana y, por ella, nosotros podemos alcanzar la naturaleza divina. Y es que «a pesar de que ya somos hijos de Dios, no se ha manifestado todavía lo que seremos; pero sabemos que cuando él aparezca en su gloria, seremos semejantes a él, porque lo veremos tal como es» (1Jn 3, 2).

Es por todo esto que las grandes aspiraciones humanas deben ser siempre aquellas que consoliden más esa semejanza con Dios, siendo como es Él: santos, misericordiosos y, sobre todas las cosas, «siguiendo el camino del amor, a ejemplo de Cristo, que nos amó y se entregó por nosotros» (Ef 5, 2).

Ser imagen de Dios significa que tenemos una dignidad, que podemos dirigirnos a Dios en el lenguaje del amor. Y esto no solo significa que podemos amar a Dios, sino también que podemos imitar a Dios en el profundo amor que tiene por la humanidad. Ser cristiano significa amar profundamente a la humanidad, amarse a uno mismo porque es imagen de Dios, y amar a los otros porque en ellos están las huellas de Dios mismo. Y si todos venimos de Dios, formamos una unidad. Esta misma dinámica aplica a la Iglesia, que está formada por la unidad de todos sus miembros en un solo cuerpo. Tenemos un único Salvador, del cual compartimos una sola fe. Por lo tanto, es esencial que busquemos la unidad de nuestra fe en el Señor, así como la unidad de la familia humana, hijos de un mismo Padre.

La belleza del ser humano como creación también está en que su naturaleza reúne al mundo espiritual y material, al mundo visible e invisible, alma y cuerpo. Esto es muy importante, ya que reconocer esta dignidad nuestra (de la cual solo los humanos somos conscientes) no es arrogancia ni soberbia, sino un punto de partida para reconocer y agradecer la obra de Dios. De muchas maneras hoy se intenta disminuir o menospreciar esta dignidad única de la humanidad, igualándola a la de los animales o plantas, o incluso a la de cualquier otro elemento de la naturaleza o el cosmos. Lo cierto es que, aunque hechos de los mismos componentes orgánicos e inorgánicos de los demás seres de la naturaleza, solo en nosotros reposa una dimensión espiritual unida a la corporal en una misma naturaleza, hecha a imagen de Dios y salvada y glorificada por el mismo Dios. Dios se hizo hombre y, de este modo, elevó nuestra dignidad a la altura de su gloria; estamos llamados a una gloria eterna.

Un juglar de Dios.

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