Jesús es la Palabra definitiva de Dios.


En la plenitud del tiempo, Dios, quien reveló gradualmente Su rostro a lo largo de la historia, finalmente nos muestra Su identidad plena como Padre, Hijo y Espíritu Santo. Como un amanecer que ilumina cada rincón, nuestra fe se va esclareciendo cada vez más. Para que esta revelación fuera completa, Él mismo decidió descender a nuestro mundo y enseñarnos con Su ejemplo, «para que sigamos sus huellas» (1 Pe 2, 21).

Dios nos ha revelado que Él es, y desea ser, un Padre para nosotros, y espera que nos acerquemos a Él con la confianza de un hijo. Para otorgarnos esta «adopción» como hijos, envió a Su Hijo Único, para que, unidos a Él, tengamos a Su Padre como nuestro Padre. Este milagro de ser «adoptados» por Dios a través de la unión con Jesús es obra del Espíritu Santo, tal como lo expresa el Apóstol: «Han recibido un espíritu de hijos adoptivos que nos hace exclamar: ¡Padre! El Espíritu mismo se une a nuestro espíritu para dar testimonio de que somos hijos de Dios. Y si somos hijos, también somos herederos» (Rm 8, 15-17).

La misión de Jesús en este mundo puede entenderse como la manifestación de la Palabra de Dios. Para ilustrarlo, imagina una clase académica donde diversos expertos debaten sobre una obra literaria. Discuten diferentes interpretaciones de algunos pasajes y tienen opiniones diversas sobre lo que el autor quiso transmitir en tal o cual página. De repente, las puertas del aula se abren y entra el autor del libro, despejando todas las dudas sobre su texto, pues su palabra es la definitiva.

De manera similar, en la plenitud del tiempo, Dios, quien había hablado durante siglos a través de los patriarcas y profetas, vino ahora en persona a pronunciar Su palabra definitiva, y esta Palabra es una persona: Su propio Hijo, el Verbo de Dios (Jn 1, 1). Jesús, el Hijo de Dios, es la Palabra definitiva, la revelación plena, el amanecer total. Sus enseñanzas representan la plenitud de la verdad, el criterio auténtico de revelación. No es que Jesús tenga la última palabra; Él es la última y definitiva Palabra de Dios. Y «a todos los que la recibieron les dio poder de hacerse hijos de Dios, a los que creen en su nombre» (Jn 1, 12). Creer en Jesús significa acogerlo como la Palabra definitiva de Dios para el mundo, «porque no hay bajo el cielo otro nombre dado a los hombres por el que nosotros debamos salvarnos» (Hch 4, 12). Existen muchas formas de responder a la pregunta «¿quién es Jesús?». Una de ellas es: Jesús es la Palabra definitiva de Dios.


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