Al meditar sobre la vida pública de Jesús, es decir, el período en el cual desarrolla su misión, descubrimos que esta comienza con su bautismo y un ayuno en el desierto. Jesús, que no tenía pecado, acepta con humildad ser bautizado por Juan, el último de los profetas de la antigua alianza, para inaugurar una nueva: una alianza sellada con su propia entrega y con un don revelado a la humanidad: el Espíritu Santo. Aunque Jesús no necesitaba el bautismo, al recibirlo nos anticipa la necesidad que tendremos nosotros, quienes sí cargamos con el pecado, de recibir este sacramento (y con él, al Espíritu) para nuestra salvación. Sin fe y sin bautismo, no hay salvación. Por eso es tan significativo que Jesús se haya bautizado, pues con el bautismo se inicia en nosotros la obra de la salvación y la vida cristiana. El bautismo es un nuevo nacimiento, y «el que no nazca de agua y de Espíritu no puede entrar en el Reino de Dios» (Jn 3, 5). ¿Quieres comenzar el camino del seguimiento de Jesús? Cree en Él y bautízate. Y si ya estás bautizado, prepárate para la prueba, de la cual Cristo es tu modelo, pues Él venció las tentaciones del Maligno en el desierto.
Cuando Jesús es tentado y vence las seducciones del mal, obtiene la victoria donde el primer hombre y el primer pueblo fueron derrotados. Jesús es el nuevo Adán y da inicio a un nuevo pueblo de la alianza, lo cual es posible solo porque Él derrota al enemigo de ambos: el pecado. Así como Jesús vence el pecado, nosotros estamos llamados a acoger el mismo Espíritu que nos fue dado en el bautismo, para derrotar al demonio y vencer en la tentación. La victoria está asegurada por la gracia del Señor que nos acompaña; «Todo lo puedo en aquel que me fortalece» (Flp 4, 13). En este sentido, ser cristiano es un llamado a combatir en una guerra que ya ha sido ganada por nuestro Señor. El camino de quien sigue a Jesús está lleno de pruebas, pero en todas ellas podemos triunfar. Nos conforta la esperanza de que «Dios es fiel y no permitirá que sean tentados por encima de sus fuerzas. En el momento de la tentación, les dará fuerza para superarla» (1Co 10, 13). Jesús nos muestra el camino hacia la salvación: creer en su Palabra, acoger su Espíritu y triunfar sobre el mal en el mundo.
Un juglar de Dios.
Cuando Jesús es tentado y vence las seducciones del mal, obtiene la victoria donde el primer hombre y el primer pueblo fueron derrotados. Jesús es el nuevo Adán y da inicio a un nuevo pueblo de la alianza, lo cual es posible solo porque Él derrota al enemigo de ambos: el pecado. Así como Jesús vence el pecado, nosotros estamos llamados a acoger el mismo Espíritu que nos fue dado en el bautismo, para derrotar al demonio y vencer en la tentación. La victoria está asegurada por la gracia del Señor que nos acompaña; «Todo lo puedo en aquel que me fortalece» (Flp 4, 13). En este sentido, ser cristiano es un llamado a combatir en una guerra que ya ha sido ganada por nuestro Señor. El camino de quien sigue a Jesús está lleno de pruebas, pero en todas ellas podemos triunfar. Nos conforta la esperanza de que «Dios es fiel y no permitirá que sean tentados por encima de sus fuerzas. En el momento de la tentación, les dará fuerza para superarla» (1Co 10, 13). Jesús nos muestra el camino hacia la salvación: creer en su Palabra, acoger su Espíritu y triunfar sobre el mal en el mundo.
Un juglar de Dios.
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Que el Señor te conceda su paz.