Podemos decir muchas cosas sobre la fe, utilizando ejemplos valiosos, muchos de los cuales provienen de la Escritura y la Tradición de la Iglesia. Una forma muy significativa de entender la fe es compararla con una pequeña semilla. Desde la perspectiva de la tierra, la fe es un don que nos es infundido, sembrado en nosotros. El sembrador es Dios mismo, quien la otorga por pura generosidad.
En este punto, la metáfora de la semilla se nos queda corta, porque la fe, al ser un don, también puede ser pedida. Y para pedirla, además de humildad, se requiere un poco de fe, como aquel hombre que una vez le gritó a Jesús: «¡Creo, ayuda a mi poca fe!» (Mc 9, 24). Si la fe es una semilla, su fruto es la salvación. De la misma manera que sin semilla no hay fruto, sin fe no hay salvación. Por eso Dios la otorga como un don, porque de nosotros no puede provenir la salvación. Entre la siembra y la cosecha, hay un largo camino de crecimiento y maduración, y es en ese proceso cuando la fe necesita no solo nuestra aceptación como don, sino también un impulso de la voluntad para que pueda fortalecerse y florecer.
¿Y cómo alimentamos esta fe? La fe es una semilla que germina y crece como una planta, pero necesita luz, agua, nutrientes y protección frente a los elementos de la naturaleza. Estos medios los proporciona el terreno, es decir, el corazón creyente, así como el entorno en el cual esta fe germina: la comunidad de la Iglesia. Dentro de ella, existen muchos medios para cuidar y nutrir la fe, entre los cuales sobresalen dos: la oración y la escucha de la Palabra de Dios. Ambas se asemejan a la lluvia que empapa la tierra y la fecunda, y a las hojas de la nueva planta que recogen lo necesario del sol para subsistir. Estas prácticas establecen un canal de comunicación: la oración eleva el pensamiento a Dios, y este se materializa en la voz de la Palabra, que resuena en el corazón creyente y lo mueve a actuar en la fe y en la caridad, que es la forma en que la fe se manifiesta (Ga 5, 6). Estos dos movimientos del espíritu —escuchar y responder— son posibles solo por la fe.
La fe es ese insumo, esa materia prima con la que Dios realiza su obra, edifica su casa, levanta una ciudad (Sal 126), y ambos requieren un cuidado especial por parte de quien recibe el don de creer en la verdad de Dios. La fe no puede darse por sentada; requiere ser cuidada con la oración y alimentada con la Palabra de Dios. De lo contrario, no podrá dar vida a través de las obras del amor.
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