Hablar de «Misterio» es hablar de revelación: el pensamiento de Dios se revela a los seres humanos a lo largo del tiempo, paso a paso, alcanzando su plenitud en la encarnación de Jesús, Señor y Cristo. Ante esta revelación, Dios espera que respondamos con obediencia en la fe y en obras de amor, conforme al mandamiento de nuestro Señor y Maestro. La vida de Jesús es un Misterio, porque al meditar en ella nos adentramos cada vez más en el pensamiento de Dios, pues quien ve a Jesús ve al Padre (Jn 14, 9). Contemplar la vida de Jesús, sus palabras divinas, su muerte y su resurrección, nos conduce a lo invisible: al Padre del cielo, a quien «nadie ha visto jamás; el que lo ha revelado es el Hijo único, que es Dios y está en el seno del Padre» (Jn 1, 18). Y en este Misterio invisible está también el Espíritu Santo, según las palabras de Jesús: «Y cuando venga él, el Espíritu de la Verdad, los guiará en todos los caminos de la verdad. Él no viene con un mensaje propio, sino que les dirá lo que escuchó y les anunciará lo que ha de venir» (Jn 16, 13). El misterio del único Dios en el que creemos es que Él es tres personas. A este Misterio invisible sólo podemos acceder mediante el Hijo, quien se ha hecho visible para revelarnos aquello que antes de Él eran sombras, según dice el Apóstol: «En otro tiempo ustedes eran tinieblas, pero ahora son luz en el Señor» (Ef 5, 8).
¿Qué significa para los cristianos que la vida de Cristo es un Misterio? Significa que debemos profundizar cada vez más en la meditación de su vida, en el seguimiento de sus huellas (1Pe 2, 21). Abrazar la fe no puede limitarse a una observación superficial de la persona de Jesús, como si se tratara de un pensador más o un maestro espiritual entre muchos otros. Precisamente por eso es esencial no pasar por alto que Jesús es el Hijo de Dios hecho hombre, el Señor del mundo y de nuestra historia, así como nuestro Maestro y Salvador. De este modo, el Evangelio no es un libro al que nos acercamos en busca de un consejo personal, como si se tratara de un texto de autoayuda o superación personal; creer en Jesús implica que cambiemos nuestra vida y «tengamos los mismos sentimientos de Cristo» (Flp 2, 5). Creer en Jesús supone «negarse a sí mismo, tomar su cruz y seguirlo» (Mt 16, 24). Creer en Jesús sin seguirlo es detenerse al inicio del camino, sin avanzar hacia la plenitud de su Misterio.
Un juglar de Dios.
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Que el Señor te conceda su paz.