Les anuncio una gran alegría.

«Evangelio» significa «buena noticia» o «mensaje de alegría»; algunos prefieren decir «buena nueva». Esta buena noticia proviene de Dios y está dirigida a toda la humanidad. Por eso, quien comunica el Evangelio es Jesús, el Hijo y Enviado de Dios. Antes de Él, fue transmitido por los ángeles (Lc 2, 9-11) y los profetas (Lc 3, 16-18). Más aún, Jesús mismo es una buena noticia para el mundo, porque su sola presencia encarnada es la señal de que «Dios ha visitado a su pueblo» (Lc 7, 16). Jesús, cuyo nombre significa «Dios nos salva» (Mt 1, 21), es nuestro Evangelio, nuestra Buena Noticia. Su presencia entre nosotros, aunque no sea en la misma forma que hace dos mil años, sigue siendo una invitación permanente a vivir como destinatarios de este mensaje de alegría: el pecado, que nos separaba de Dios y nos conducía a la muerte, no tiene la última palabra, porque en Jesús hemos recibido la salvación y la vida eterna.

La primera consecuencia de recibir esta buena noticia es la alegría. De hecho, es con esta palabra que el ángel saluda a María: «Alégrate» (Lc 1, 28), y ella responde proclamando: «Mi espíritu se alegra en Dios mi Salvador» (Lc 1, 47). El Evangelio es causa de alegría, y esta alegría, por naturaleza, busca propagarse. Por eso, es muy acertado que a este acto de comunicar alegría se le llame «evangelizar», porque dar una buena noticia no solo alegra al mensajero, sino también a todos los que la escuchan.

Evangelizar requiere alegría, pero sabemos que esta alegría proviene de la misma noticia y de Aquel que es la Gran Alegría. Si no hay alegría en quien pretende comunicarla, es señal de que no ha habido un verdadero encuentro personal con el Señor. La alegría es a la vez causa y consecuencia del Evangelio: la alegría del encuentro con Jesús me impulsa a compartirla, tal como aquellos discípulos que, tras encontrar a Jesús y quedar fascinados, buscaban llevar a otros hacia Él (Jn 1, 45-46). La Escritura está llena de pasajes que hablan de la alegría que produce el encuentro con Jesús y del testimonio de esta alegría que se comunica a los demás.

Por todo esto, es importante que nos preguntemos con frecuencia por qué somos cristianos hoy: ¿Soy cristiano por costumbre o tradición familiar? ¿Lo soy por simple necesidad de tener una espiritualidad que bien podría ser cualquier otra? ¿O más bien soy cristiano porque me he encontrado con Jesucristo? Es el encuentro con Él lo que nos hace cristianos; no hay otro modo. Como dijo un hombre muy sabio: «No se comienza a ser cristiano por una decisión ética o una gran idea, sino por el encuentro con un acontecimiento, con una Persona que da un nuevo horizonte a la vida y, con ello, una orientación decisiva». Ser cristiano es encontrarse con Cristo y decir: «Jamás hombre alguno ha hablado como este hombre» (Jn 7, 46) y no querer buscar nada más en ninguna otra parte, sino proclamar: «Señor, ¿a quién iremos? Tú tienes palabras de vida eterna, y nosotros creemos y sabemos que tú eres el Santo de Dios» (Jn 6, 68-69).

Un juglar de Dios.

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