Solo Dios es.

El principio de nuestra esperanza también se encuentra al inicio de los «símbolos» de nuestra fe. Llamamos «símbolos» a las fórmulas que la Iglesia utiliza para expresar las verdades de nuestra fe, también conocidas como «credos». Estos símbolos no solo expresan nuestra fe, sino también la unidad de esa fe, porque uno es el Dios en quien creemos. Dios es uno, el Único, y aunque se manifieste en tres personas, no hay división en Él. Del mismo modo, los cristianos profesan una única fe, y es un atentado contra esta fe que exista división. Que los cristianos estén divididos hoy es un atentado contra la raíz misma de la fe: «Un solo Señor, una sola fe, un solo bautismo, un solo Dios y Padre de todos, que está sobre todos, por todos y en todos» (Ef 4, 5-6). Un cristiano que observa a otro con quien no puede profesar un mismo símbolo de fe no puede sino experimentar tristeza, porque estar divididos es un pecado contra el Dios uno y trino, en quien no hay división ni confusión.

El símbolo de fe comienza con «Creo en un solo Dios», no solo para profesar que Dios es uno, a diferencia de otras religiones que creen en múltiples dioses, sino que va más allá: solo Dios ES. Los demás dioses no «son». Los antiguos creían en sus dioses y les rendían culto, y también reconocían a los dioses de otros pueblos, aunque no les rindieran culto. Los cristianos, por el contrario, heredando la fe del antiguo pueblo de la alianza, creemos que fuera de Dios no hay otro: «no hay ninguno más» (Is 45, 5). Esta verdad no puede darse por sentada ni mencionarse a la ligera cuando recitamos el símbolo de fe. Esto es crucial, especialmente cuando reflexionamos sobre nuestra vida en relación con Dios. Cuando nuestra relación con Dios se debilita, se fragmenta o se contamina, recurrimos a «remedios» que pueden ser superficiales e ineficaces, y que no logran sanar nuestro corazón creyente. En ese momento, podemos preguntarnos: ¿creo en un solo Dios? ¿Creo que solo Dios es y no hay ningún otro? ¿Estoy, sin darme cuenta, aceptando otro dios en mi vida? Allí podría estar la verdadera fuente de nuestra enfermedad espiritual. No es casualidad que el antiguo pueblo de Dios encontrara en la idolatría la causa de todas sus desgracias: adorar a un ídolo o falso dios en lugar del Dios verdadero es fragmentar el corazón, y «nadie puede servir a dos señores; porque aborrecerá a uno y amará al otro; o bien se entregará a uno y despreciará al otro» (Mt 6, 24). Por lo que no es posible intentar una coexistencia de dos señores; solo hay lugar para uno de ellos. Un corazón dividido es como un país en guerra civil: está condenado a autodestruirse. El corazón humano, hecho a imagen y semejanza del Dios único, no debe estar dividido.


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