De una forma hermosa, al decir que creemos que Dios es «creador del cielo y de la tierra, de todo lo visible y lo invisible», afirmamos que existe un mundo espiritual. Este mundo puramente espiritual, querido y creado por Dios, es el de aquellos espíritus dotados de personalidad que glorifican y sirven al Señor. Una vida contemplando cara a cara el rostro de nuestro eterno Padre, sirviéndole y siendo plenos en su amor, es nuestra meta, y contemplar en ellos este gozo es un anticipo de lo que llamamos el mundo futuro o la vida eterna. En este sentido, estos seres que llamamos ángeles son un modelo para nosotros: nos enseñan cómo adorar a Dios y la obediencia que debemos tener para servirle. Y además nos hablan de la bondad de Dios, que los pone a nuestra disposición para vernos amparados de las acechanzas del mal, como dirá san Basilio Magno: «cada fiel tiene a su lado un ángel como protector y pastor para conducirlo a la vida».
Pero los ángeles son más que unos escoltas, porque en grado de perfección son superiores a los seres humanos (Salm 8,5). Respecto a nosotros, ellos son tutores y maestros, ante los cuales debemos asumir actitudes de humildad y obediencia, ya que ellos nos comunican la voluntad de Dios y nos ayudan a conducirnos por la vida. Atrás debemos dejar algunas ideas equivocadas que los cristianos nos formulamos de ellos, como una especie de imaginaciones propias de niños pequeños o de una suerte de meseros o simples asistentes de los seres humanos. Los ángeles, tal como nos lo enseña la misma Iglesia, son seres dotados de una inteligencia, voluntad y fuerza muy superior a las humanas. Ellos gozan de la visión de Dios con una perfección tal que nosotros no la podremos gozar hasta que alcancemos la vida eterna; ellos son «héroes poderosos, que ejecutan las órdenes de Dios apenas oyen el sonido de su palabra» (Salm 103, 20). Por lo tanto, merecen de nosotros, en primer lugar, una actitud de reconocimiento y respeto, y en segundo lugar, de obediencia, porque el mismo Señor nos lo advierte en la Escritura: «He aquí que yo voy a enviar un ángel delante de ti, para que te guarde en el camino y te conduzca al lugar que te tengo preparado. Pórtate bien en su presencia y escucha su voz; no le seas rebelde, que no perdonará tus ofensas, pues en él está mi Nombre. Si escuchas atentamente su voz y haces todo lo que yo diga, tus enemigos serán mis enemigos y tus adversarios mis adversarios» (Ex 23, 20-22). Por lo tanto, ellos son ocasión de mayor gloria y alabanza de nuestro Dios y Señor, y un ejemplo del culto que este Dios desea que le rindamos.
Hoy es particularmente importante darle un nuevo valor al mundo invisible creado por Dios, quienes han recibido órdenes de guardar nuestros caminos y de sostenernos en sus manos «para que no tropiece tu pie en la piedra» (Salm 91, 11-12) y purificarlo de las visiones distorsionadas que se dicen de ellos, todas ellas relacionadas de un modo u otro con el errado camino del ocultismo. Algunos niegan su existencia o superioridad en la creación, reduciéndolos a devociones infantiles o a metáforas literarias de la Biblia. Otros, por su parte, les dan el lugar o rol de amuletos de la suerte, convencidos de que pueden ser controlados como esclavos y sometidos a la voluntad humana mediante ciertos rezos, rituales o invocaciones. Contra todo esto, nos llama el mismo Señor a guardar respecto a ellos respeto y obediencia, ya que ellos ejecutan el querer de Dios y hacen realidad su plan de salvación, no sea que nos ocurra como aquellas dos ciudades malditas que le faltaron el respeto a dos ángeles de Dios y sobre ellas llovió fuego y azufre (Gn 19, 1-25). Por lo tanto, estamos llamados a creer y confiar en la bondad de Dios, que obra por el bien de sus hijos e hijas y para que se cumpla aquello que se proclama en la Escritura: «El ángel del Señor acampa junto a los que le temen y los guarda» (Salm 34, 8).
Un juglar de Dios.
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Que el Señor te conceda su paz.