Vuelve a ser el día primero.

En las Sagradas Escrituras existen dos tradiciones que narran el origen del universo como creación de Dios. La primera de ellas describe la creación como una obra de Dios que se desarrolla a lo largo de una semana, siendo la luz la primera cosa creada por Él (Gn 1, 3-5). Algunos maestros interpretan esta luz no como la luz solar —que fue creada el cuarto día—, sino como la luz espiritual, es decir, los ángeles. De cualquier modo, el primer día de esa semana marcó el inicio de la creación de todo lo que existe, siendo los seres humanos su corona. Dios hizo todo «muy bien» (Gn 1, 31).

No obstante, el pecado corrompió la obra perfecta de Dios, comenzando con los mismos ángeles y llegando al ser humano, quien con su pecado afectó también al resto de la creación. Esto es precisamente lo que enseña el Apóstol cuando dice: «La creación, en efecto, fue sometida a la vanidad, no espontáneamente, sino por aquel que la sometió, en la esperanza de ser liberada de la servidumbre de la corrupción para participar en la gloriosa libertad de los hijos de Dios. Sabemos que la creación entera gime hasta el presente y sufre dolores de parto. Y no solo ella; también nosotros, que poseemos las primicias del Espíritu, gemimos en nuestro interior, anhelando la redención de nuestro cuerpo» (Rm 8, 21-23).

Así pues, si por el pecado entra la muerte y la corrupción en toda la creación de Dios, tiene pleno sentido que sea el mismo Dios quien la restaure, ya que solo Él puede «hacer nuevas todas las cosas» (Ap 21, 5). Esta obra de restauración de la creación es aún más admirable que la misma creación, y se realiza en Jesús, la verdadera y definitiva Palabra de Dios, pues «todo fue hecho por ella, y sin ella no se hizo nada de cuanto existe. En ella estaba la vida, y la vida era la luz de los hombres; la luz brilla en las tinieblas, y las tinieblas no la vencieron» (Jn 1, 3-5).

De este modo, si con su muerte Jesús abrazó todas y cada una de las realidades de la existencia humana, con su resurrección las restauró, devolviendo a toda la creación una dignidad aún mayor que al principio, pues lo hizo asumiendo la naturaleza humana, una naturaleza creada. No es casualidad que el día de la resurrección de Cristo sea el domingo, el primer día de la semana. Si algo nos enseña la meditación frecuente de la resurrección de Cristo, es que siempre se puede recomenzar, retomar el camino; siempre se puede avanzar hacia la gloria. La resurrección es el mensaje de esperanza definitivo.

Un juglar de Dios.

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