«Cristo vence, Cristo reina, Cristo impera», reza un antiguo canto en honor de Cristo Rey. Este canto se complementa maravillosamente con el salmo que proclama:
«Alaben al Señor, todas las naciones; aclámenlo, todos los pueblos.
Firme es su misericordia con nosotros; su fidelidad dura por siempre» (Sal 116).
Si quisiéramos resumir en una sola frase la misión de Jesús al hacerse hombre, padecer, morir por nosotros, resucitar y glorificarnos con su gloria, esta sería: Jesús vino al mundo para establecer, de una vez y para siempre, el reinado de Dios sobre todos los corazones. Ser Rey es parte esencial de la misión y la identidad de Jesús, ya que «ha venido al mundo para dar testimonio de la verdad» (Jn 18, 37). En este sentido, un cristiano es quien acepta a Jesucristo como su Rey y Señor, y la misión de anunciar al mundo la Buena Noticia de Jesús, es decir, evangelizar, tiene como firme propósito expandir este Reino por toda la tierra, para que todos reconozcan a Jesús como Rey, Divino Salvador, Señor y Maestro.
La misión de los cristianos no consiste en imponer a otros la fe en Jesús ni en instaurar a la fuerza su Reino. Jesús ya es Rey, ya ha sido glorificado por el Padre, y su Iglesia es la semilla de este Reino, que aunque ya es una realidad, aún no ha alcanzado su plenitud. Este Rey, manso y humilde, no desea ser servido por obligación; Él nos ama y anhela encender en nuestros corazones el fuego de su amor (Lc 24, 32). Desea que escuchemos sus palabras de vida eterna (Jn 6, 68), y por ello, la misión de los creyentes es comunicar ese mensaje, amar como Él amó y encender en todas partes el fuego de su amor. Aunque hoy algunos proponen un reinado meramente estatal o militar de Cristo, su verdadero deseo es mucho más profundo: no busca gobernar sobre los actos externos, sino reinar en cada corazón que escucha su voz, esa que dice: «Ámense los unos a los otros. Como yo los he amado, así deben amarse ustedes. En esto reconocerán todos que son mis discípulos, en que se aman unos a otros» (Jn 13, 34-35).
Si Jesús es nuestro Rey, significa que hemos aceptado su amor en nuestros corazones, y con ello, el propósito de amar con ese mismo amor a quienes aún no lo conocen.
Un juglar de Dios.
«Alaben al Señor, todas las naciones; aclámenlo, todos los pueblos.
Firme es su misericordia con nosotros; su fidelidad dura por siempre» (Sal 116).
Si quisiéramos resumir en una sola frase la misión de Jesús al hacerse hombre, padecer, morir por nosotros, resucitar y glorificarnos con su gloria, esta sería: Jesús vino al mundo para establecer, de una vez y para siempre, el reinado de Dios sobre todos los corazones. Ser Rey es parte esencial de la misión y la identidad de Jesús, ya que «ha venido al mundo para dar testimonio de la verdad» (Jn 18, 37). En este sentido, un cristiano es quien acepta a Jesucristo como su Rey y Señor, y la misión de anunciar al mundo la Buena Noticia de Jesús, es decir, evangelizar, tiene como firme propósito expandir este Reino por toda la tierra, para que todos reconozcan a Jesús como Rey, Divino Salvador, Señor y Maestro.
La misión de los cristianos no consiste en imponer a otros la fe en Jesús ni en instaurar a la fuerza su Reino. Jesús ya es Rey, ya ha sido glorificado por el Padre, y su Iglesia es la semilla de este Reino, que aunque ya es una realidad, aún no ha alcanzado su plenitud. Este Rey, manso y humilde, no desea ser servido por obligación; Él nos ama y anhela encender en nuestros corazones el fuego de su amor (Lc 24, 32). Desea que escuchemos sus palabras de vida eterna (Jn 6, 68), y por ello, la misión de los creyentes es comunicar ese mensaje, amar como Él amó y encender en todas partes el fuego de su amor. Aunque hoy algunos proponen un reinado meramente estatal o militar de Cristo, su verdadero deseo es mucho más profundo: no busca gobernar sobre los actos externos, sino reinar en cada corazón que escucha su voz, esa que dice: «Ámense los unos a los otros. Como yo los he amado, así deben amarse ustedes. En esto reconocerán todos que son mis discípulos, en que se aman unos a otros» (Jn 13, 34-35).
Si Jesús es nuestro Rey, significa que hemos aceptado su amor en nuestros corazones, y con ello, el propósito de amar con ese mismo amor a quienes aún no lo conocen.
Un juglar de Dios.
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