Católica.

Decir que «fuera de la Iglesia no hay salvación» puede parecernos una expresión dura o restrictiva en relación con la salvación que nos ofrece Cristo, como si implicara un criterio de exclusión hacia quienes no forman parte de la Iglesia. Sin embargo, esta afirmación, que expresa una verdad de fe —que en la Iglesia, y solo en ella, se encuentran en plenitud los medios de salvación—, cobra mayor claridad cuando consideramos que la Iglesia es «católica», es decir, universal.

La Iglesia es católica en dos sentidos: primero, porque solo en ella se encuentran todos los medios de salvación, y segundo, porque tiene una vocación de totalidad, que busca integrar a todos los hombres y mujeres de la tierra. La Iglesia es católica porque en ella habita la plenitud de Cristo, y su misión es que la totalidad de la humanidad participe de esa plenitud. Por tanto, ser católico no implica exclusión, sino todo lo contrario: la voluntad de Dios para la Iglesia es incluir, nunca excluir.

Además, el hecho de que la plenitud de Cristo perdure o subsista en el tiempo en la Iglesia católica es signo de que su Palabra alcanza todo lugar donde la Iglesia la proclama. Como dice San Ignacio de Antioquía: «Allí donde está Cristo Jesús, está la Iglesia Católica». Este misterio de la catolicidad se comprende en cualquier lugar donde Cristo y su mensaje de salvación son anunciados. Así, la Iglesia católica no es simplemente un conjunto o suma de «iglesias»; más bien, la Iglesia está presente en cada bautizado que confiesa la fe y cumple su misión. Una vez más: donde está Cristo, allí está la Iglesia católica.

Que la Iglesia sea católica, es decir, universal, y que busque abrazar a toda la humanidad, es motivo de alegría, no de juicio. Es una invitación a acoger en la comunión de los creyentes a todos los bautizados: tanto a quienes se reconocen plenamente como miembros de esta Iglesia, como a aquellos que no, e incluso a quienes nunca han tenido la oportunidad de conocer a Cristo. El Señor no quiere que nadie quede fuera, y nos envía a buscar a todos: «Vayan, pues, a las esquinas de las calles e inviten... a todos los que encuentren» (Mt 22, 9).

Un juglar de Dios.

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