Cristo y la Iglesia

Cristo «es la cabeza del cuerpo, es decir, de la Iglesia, él que renació primero de entre los muertos, para que estuviera en el primer lugar en todo» (Col 1, 18). De múltiples formas, la Escritura manifiesta esta doctrina: Cristo es quien va primero, abriendo una senda que todos los creyentes estamos llamados a transitar.

Si «Cristo es cabeza de la Iglesia, cuerpo suyo, del cual es asimismo salvador» (Ef 5, 23), esto significa que todo bautizado se une a Cristo y se convierte en miembro de su cuerpo. Así como la cabeza gobierna al cuerpo, todo bautizado será miembro pleno del Cuerpo de Cristo si se somete a su Señorío. De igual manera, carece de sentido que un miembro del cuerpo se rebele contra su cabeza. Por ello, es incoherente ser bautizado y vivir en abierta rebeldía contra la Palabra del Señor, desobedeciendo sus mandamientos, rechazando la doctrina o enfrentándose a los legítimos pastores de la Iglesia.

El cuerpo es una unidad forjada en el amor, como lo expresa la Escritura: «Cristo amó a la Iglesia y se entregó a sí mismo por ella. Y después de bañarla en el agua y la Palabra para purificarla, la hizo santa, pues quería darse a sí mismo una Iglesia radiante, sin mancha ni arruga ni nada parecido, sino santa e inmaculada» (Ef 5, 25-27).

No es casualidad que el Apóstol, al describir este vínculo de amor que nos une como cuerpo y cabeza, lo compare con el vínculo matrimonial, donde la Iglesia es la Esposa de Cristo. Hablar de la Iglesia como cuerpo unido a su cabeza nos recuerda nuestra absoluta necesidad de permanecer en comunión con el Señor. A su vez, hablar de la Iglesia como Esposa de Cristo evoca los deberes mutuos que surgen en esta relación y que deben ser honrados para dar frutos: de parte de Cristo, cuidado y provisión; de parte de nosotros, su Iglesia, obediencia y comunión entre todos los miembros de este cuerpo.

El misterio de Cristo y la Iglesia es el de un amor tan profundo que engendra frutos de vida para el mundo, tal como la unión de los esposos da lugar a una nueva vida.

Un juglar de Dios.

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