La voluntad de Dios siempre ha sido que «todos los hombres se salven y lleguen al conocimiento de la verdad» (1 Tim 2,4). Desde el inicio de la historia de nuestra salvación, el corazón de Dios ha proyectado que esta salvación se realice a través de la Iglesia. La Iglesia es la asamblea universal de hombres y mujeres de todas partes del mundo, llamados por Dios para creer en Él y salvarse en Cristo, el verdadero mediador entre Dios y la humanidad.
En palabras sencillas, la Iglesia es la comunidad de quienes han respondido al llamado de Dios para creer en Él y recibir la salvación que Cristo nos ha alcanzado.
Si la Iglesia está formada por los creyentes y el bautismo es el sacramento que los introduce en la fe, resulta natural afirmar que la Iglesia la componen todos los bautizados. Somos Iglesia quienes confesamos: «Un solo Señor, una sola fe, un solo bautismo, un solo Dios y Padre de todos, que está por encima de todos, actúa por medio de todos y está en todos» (Ef 4,5-6).
Si tenemos una sola vocación, una sola fe y un solo Señor en quien creemos, no tiene sentido pensar que la salvación ocurre de forma individual o aislada. La naturaleza de nuestra fe no va de la mano con una espiritualidad individualista o con la idea de que cada persona puede construir su propio camino espiritual independiente.
Nuestra fe, por esencia, es comunitaria, porque creemos en un Dios que es, por naturaleza, comunidad: Padre, Hijo y Espíritu Santo. Es precisamente el Espíritu Santo quien garantiza este vínculo de unidad, como nos enseña el apóstol: «Un solo cuerpo y un mismo Espíritu, como una sola es la esperanza a la que han sido llamados» (Ef 4,4).
El misterio de la Iglesia es que Dios ha querido formar de nosotros un pueblo, un cuerpo, una gran familia de fe y esperanza para el mundo.
Un juglar de Dios.
En palabras sencillas, la Iglesia es la comunidad de quienes han respondido al llamado de Dios para creer en Él y recibir la salvación que Cristo nos ha alcanzado.
Si la Iglesia está formada por los creyentes y el bautismo es el sacramento que los introduce en la fe, resulta natural afirmar que la Iglesia la componen todos los bautizados. Somos Iglesia quienes confesamos: «Un solo Señor, una sola fe, un solo bautismo, un solo Dios y Padre de todos, que está por encima de todos, actúa por medio de todos y está en todos» (Ef 4,5-6).
Si tenemos una sola vocación, una sola fe y un solo Señor en quien creemos, no tiene sentido pensar que la salvación ocurre de forma individual o aislada. La naturaleza de nuestra fe no va de la mano con una espiritualidad individualista o con la idea de que cada persona puede construir su propio camino espiritual independiente.
Nuestra fe, por esencia, es comunitaria, porque creemos en un Dios que es, por naturaleza, comunidad: Padre, Hijo y Espíritu Santo. Es precisamente el Espíritu Santo quien garantiza este vínculo de unidad, como nos enseña el apóstol: «Un solo cuerpo y un mismo Espíritu, como una sola es la esperanza a la que han sido llamados» (Ef 4,4).
El misterio de la Iglesia es que Dios ha querido formar de nosotros un pueblo, un cuerpo, una gran familia de fe y esperanza para el mundo.
Un juglar de Dios.
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Que el Señor te conceda su paz.