La Iglesia fue instituida por Jesús en el sentido de que brota de su ser, ya que el querer y la voluntad de Jesús están en plena armonía con el querer del Padre. Y el querer del Padre es que la salvación, ganada con el sacrificio de su Hijo, llegue a todos los pueblos de la tierra. Siendo así, la Iglesia es ese sacramento universal de salvación; por tanto, fundarla no es otra cosa que una acción de Jesús nacida del corazón mismo de Dios. Dios Padre quiso a la Iglesia como fuente de salvación para el mundo, la consagró con la muerte y resurrección de su Hijo, y la sostiene en el tiempo mediante la fuerza de su Espíritu. Se puede afirmar que la misión de Cristo en este mundo consiste en inaugurar el Reino de los cielos a través de un nuevo pueblo de Dios. Este pueblo nuevo es el que llamamos Iglesia, sacramento universal de salvación.
De este modo, la razón de ser de la Iglesia es anunciar el Evangelio hasta el fin de los tiempos. Evangelizar significa comunicar el amor del Padre y, al mismo tiempo, cumplir el mandato del Hijo. Además, en la Iglesia habita y se desborda el Espíritu Santo, por lo que evangelizar no solo es su gran misión, sino la única que realmente vale la pena. La Iglesia existe por y para una misión: «Vayan por todo el mundo y anuncien la Buena Nueva a toda la creación» (Mc 16, 15).
Quizá la mejor forma de expresar el ardor con el que un cristiano, como hijo de la Iglesia, debe evangelizar sea con las palabras de Pablo: «Ya no me preocupo por mi vida, con tal de que pueda terminar mi carrera y llevar a cabo la misión que he recibido del Señor Jesús: anunciar la Buena Noticia de la gracia de Dios» (Hch 20, 24). Por eso, se nos anima: «Predica la Palabra, insiste a tiempo y a destiempo, rebatiendo, exhortando o aconsejando, siempre con paciencia y enseñando una doctrina sólida. Pues llegará el tiempo en que los hombres no soportarán la sana doctrina; más bien, se buscarán maestros a su medida, hábiles para captar su atención, y cerrarán los oídos a la verdad para volverse a fábulas. Por eso, mantente siempre alerta; soporta las dificultades; dedícate a tu labor de evangelizador; cumple a cabalidad tu ministerio» (2Tm 4, 2-5).
Un juglar de Dios.
De este modo, la razón de ser de la Iglesia es anunciar el Evangelio hasta el fin de los tiempos. Evangelizar significa comunicar el amor del Padre y, al mismo tiempo, cumplir el mandato del Hijo. Además, en la Iglesia habita y se desborda el Espíritu Santo, por lo que evangelizar no solo es su gran misión, sino la única que realmente vale la pena. La Iglesia existe por y para una misión: «Vayan por todo el mundo y anuncien la Buena Nueva a toda la creación» (Mc 16, 15).
Quizá la mejor forma de expresar el ardor con el que un cristiano, como hijo de la Iglesia, debe evangelizar sea con las palabras de Pablo: «Ya no me preocupo por mi vida, con tal de que pueda terminar mi carrera y llevar a cabo la misión que he recibido del Señor Jesús: anunciar la Buena Noticia de la gracia de Dios» (Hch 20, 24). Por eso, se nos anima: «Predica la Palabra, insiste a tiempo y a destiempo, rebatiendo, exhortando o aconsejando, siempre con paciencia y enseñando una doctrina sólida. Pues llegará el tiempo en que los hombres no soportarán la sana doctrina; más bien, se buscarán maestros a su medida, hábiles para captar su atención, y cerrarán los oídos a la verdad para volverse a fábulas. Por eso, mantente siempre alerta; soporta las dificultades; dedícate a tu labor de evangelizador; cumple a cabalidad tu ministerio» (2Tm 4, 2-5).
Un juglar de Dios.
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