Dice el Señor: «Yo soy la puerta de las ovejas... el que entre por mí estará a salvo; entrará y saldrá y encontrará alimento. Yo soy el Buen Pastor. El buen pastor da su vida por las ovejas... y conozco a los míos, como los míos me conocen a mí, lo mismo que el Padre me conoce a mí y yo conozco al Padre. Y yo doy mi vida por las ovejas. Tengo otras ovejas que no son de este redil. A esas también las llevaré; escucharán mi voz, y habrá un solo rebaño con un solo pastor» (Jn 10, 7.9.11.14-16).
En estas palabras encontramos una imagen de la Iglesia: la de un redil, es decir, un lugar seguro donde el rebaño es recogido por el pastor. Este pastor, que es al mismo tiempo la única puerta para entrar al redil, es Cristo. Así, las ovejas recogidas por este Pastor Divino somos nosotros, quienes creemos que solo este Buen Pastor nos puede salvar. Para que esta salvación se haga realidad, es necesario que, como rebaño, seamos cuidadosos en conocer a nuestro Pastor, escuchemos su voz y, de este modo, entremos en su descanso.
Esta hermosa imagen de la Iglesia nos ayuda a recordar que Cristo, fundador de la Iglesia, es quien la sustenta y la guía. Por tanto, los creyentes debemos asumir una actitud de escucha (a la Palabra de Dios), de obediencia (a sus mandamientos) y de confianza en que seremos conducidos a los verdes pastos de la vida eterna (Salm 23, 2).
La realización visible de esta verdad son los pastores de la Iglesia, quienes fueron instituidos por el mismo Jesús con el poder de apacentar a las ovejas del rebaño (Jn 21, 15-17). De ellos, el Señor espera disposición, generosidad y buen ejemplo, para que, «cuando aparezca el Jefe de los Pastores, reciban en la gloria una corona que no se marchita» (1Pe 5, 4).
Muchas son las meditaciones y frutos espirituales que se pueden obtener al contemplar la imagen de la Iglesia como un redil apacentado por Cristo. Un buen primer paso es reflexionar constantemente en la figura del Buen Pastor: Cristo, quien custodia a su Iglesia y da la vida por las ovejas de su rebaño.
Un juglar de Dios.
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Que el Señor te conceda su paz.